El sol de Ciudad Juárez cae sobre un centenar de tráilers de gran tonelaje que aguardan su turno para atravesar el puente fronterizo de Zaragoza-Ysleta, en el límite entre Chihuahua y Texas, Estados Unidos.
Cada uno transporta, en promedio, manufacturas por valor de 100 mil dólares. En su mayoría proceden de las maquilas que pueblan el horizonte de esta urbe norteña, uno de los principales polos manufactureros de México. Antes de llegar a la caseta que delimita la frontera, un perro adiestrado olisquea el interior de todos ellos para comprobar que no hay sustancias prohibidas a bordo.
Minutos después, pisarán suelo estadounidense; depositarán su carga en un almacén de El Paso, justo al otro lado del puente; y volverán para repetir la operación. El papeleo y la espera son tan tediosos que sólo pueden hacer el trayecto dos veces al día.
Hasta principios de noviembre, el futuro del tránsito fronterizo de estas enormes moles blancas estaba asegurado. La victoria electoral de Donald Trump, en cambio, encendió las alarmas y trastocado los planes de empresarios y trabajadores de las icónicas maquilas juarenses.
También la de los propios transportistas. Como en tantos otros ámbitos, desde entonces las certezas se tambalean en Juárez y una palabra aparece con demasiada asiduidad en boca de sus habitantes: incertidumbre. “Ya no podemos dar algo por seguro”, afirma Luis Díaz, un veterano empresario de la maquila con 17 años de experiencia a sus espaldas y 200 empleados a su cargo. Teme perder hasta el 50% de su negocio si el magnate republicano cumple sus incendiarias promesas.
Aunque en la ciudad las conversaciones se han convertido en monotemáticas, en las charlas con sus clientes -grandes multinacionales electrónicas que le encargan la fabricación de insumos electrónicos de toda clase para su posterior ensamblaje en EU-, la amenaza proteccionista se ha convertido en un tabú. “Ninguna de las dos partes quiere sacar el tema”, reconoce. Aunque mantiene la tranquilidad en su gesto y descarta tener que echar el cierre incluso en el horizonte más oscuro, admite que los despidos se convertirían en moneda común.
La preocupación es lógica: Washington compra siete de cada 10 dólares de producción maquiladora juarense que, a su vez, aporta casi el 70% del PIB de la urbe mexicana. Isaac Sánchez, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, plantea dos escenarios en función del grado de restricción comercial que aplique la nueva Administración estadounidense. En el moderado, el crecimiento de Juárez bajaría este año del 6.3% de 2016 al 4.1% y la inversión extranjera directa sería de mil 100 millones de dólares frente a los más de mil 200 del año pasado.
El más adverso tiene todos los ingredientes que caracterizan a una recesión con mayúsculas: el PIB se contraería un 3.5% y la inversión exterior pasaría a ser de sólo 300 millones, una catástrofe para una economía tan dependiente de los flujos de capital.
“Hay inquietud; es innegable”, subraya Mario Hernández, socio responsable de Manufacturas de KPMG en México. El diagnóstico que esboza desde su oficina, a un paso de las maquilas, es demoledor: “La situación a la que se enfrenta Juárez podría acabar siendo una tormenta perfecta”. Sus palabras, gruesas, están cimentadas con argumentos: al huracán Trump se suma la creciente competencia de otras regiones mexicanas, como Guanajuato, que en los últimos meses han reforzado los incentivos para atraer a las maquiladoras y, sobre todo, una variable de fondo menos recurrente, pero con un potencial de destrucción de empleo equiparable a la retórica antiglobalizadora del presidente estadounidense: la automatización de los procesos productivos. “Si pone un arancel del 20%, muchas compañías se verán tentadas a migrar parte de su producción a EU, sustituyendo buena parte de la mano de obra por robots”, añade Díaz.
Algo menos catastrofista se muestra Manuel Ochoa, vicepresidente del grupo Tecma, una de las mayores empresas promotoras de las manufacturas juarenses en el lado norte de la frontera. “Sólo el 30% de nuestros clientes están tomando más precauciones a la hora de invertir que el año pasado”.
Su actividad consiste en convencer a firmas estadounidenses de trasladar parte o toda su producción de EU y otros países a la ciudad mexicana a cambio de importantes ahorros en mano de obra.
La compañía se encarga de todo el proceso: desde la contratación de trabajadores, hasta el transporte. Con casi la décima parte de las plantas de maquila de Juárez bajo su control, su visión es doblemente valiosa. “Esta ciudad tiene futuro; creo que los propios compañeros de Trump frenarán sus propuestas proteccionistas y le harán entrar en razón. No tiene sentido”, asevera.
“Se está buscando mayor eficiencia interna para hacer frente a esta andanada proteccionista. La fuerte devaluación del peso también ha ayudado a ganar competitividad”, complementa Miguel Ángel Calderón, vicepresidente del Colegio Estatal de Economistas de Chihuahua.
La presencia de las primeras maquilas en Juárez -una ciudad de 1.4 millones de habitantes enclavada en mitad del desierto y separada de su hermana menor, El Paso, por un puente, una barda y un río, el Bravo, cada vez menos fiero- se remonta a la década de los años 60. Aquella primigenia infraestructura manufacturera consistente en un pequeño puñado de plantas creció exponencialmente con el TLCAN- hoy en el alero- y, sobre todo, al calor de unos costes laborales hasta ocho veces más bajos que en EU y entre un 5% y un 7% inferiores a los de China.
Pese a la reciente edad dorada de la maquila, que ha conseguido sobreponerse a la inseguridad que sacudió la urbe en el inicio de esta década y llegó a ponerla en boca de muchos como la ciudad “más peligrosa del mundo”, los salarios se han mantenido prácticamente estables respecto a los precios. Un obrero de alguna de las más de 300 maquiladoras cobra, de media, 800 pesos a la semana, lo suficiente para cubrir con estrecheces las necesidades más básicas.
A eso hay que sumar prestaciones y bonus de productvidad, hasta un total de entre mil 150 y mil 350 pesos semanales. No es extraño, con esas cifras en la mano, que más de la tercera parte de su población viva por debajo del umbral de la pobreza. “No sabemos qué decidirá nuestra empresa“, dice una trabajadora de Lear, la dueña de la mayor maquiladora de Juárez, que prefiere mantenerse en el anonimato.
En las conversaciones entre la firma y los trabajadores, la variable Trump también se ha convertido en un tabú. Y en este caldo de cultivo, reconoce, ni siquiera sus magros ingresos pueden garantizarse a medio plazo. “Tememos por nuestro trabajo”, confiesa mientras acelera el paso para franquear el torno de acceso a la fábrica. Llega dos minutos tarde y ahora, más que nunca, no puede arriesgarse a caer en desgracia con sus superiores.
Alerta retórica proteccionista a Ciudad Juárez
La incertidumbre comienza a pasar factura entre las maquilas juarenses y los trabajadores, quienes ya visualizan un oscuro panorama para el sector.