Jorge Mario Bergoglio, en un minucioso y cuidado discurso político desgranó ayer todos los males que asolan a la Unión Europea: populismo, empobrecimiento, dejadez en el conflicto de la inmigración y tendencia a homogeneizar las diferencias.
Un organismo político, dijo, en plena madurez, pero “llamado a un replanteamiento, a curar los inevitables achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para continuar su propio camino”. Un tirón de orejas, pero con el elemento constructivo y de esperanza al que obliga un aniversario de los 60 años de los Tratados de la UE.
El discurso, detalladamente descriptivo de la situación actual, ha comenzado invocando a los padres fundadores de la UE -con referencias a Adenauer o al Ministro de Asuntos Exteriores francés Pineau- para interrogarse por hasta qué punto se han respetado o traicionado sus ideas y los riesgos que entrañaría la desorientación.
“Cada organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo de morir”.
Al final de su discurso, el Pontífice argentino se acordó de las periferias culturales, sociales y económicas. “No existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria”.

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