El periodista Miguel Ángel Bastenier, uno de los mayores expertos en política internacional de la prensa mundial en español y maestro de varias generaciones de periodistas, falleció este viernes en Madrid a los 76 años a causa de un cáncer de riñón.
Con solo 37 años dirigió Tele/eXprés, un diario vespertino catalán escrito en español que cerró en 1980. 
Un año antes, Bastenier fichó como subdirector por El Periódico de Catalunya, donde ejercería tres años, hasta su llegada a EL PAÍS, un diario al que quedaría vinculado hasta su muerte. En él desempeñó cargos como los de subdirector de Información y subdirector de Relaciones Internacionales hasta 2006.
Paralelamente ejerció de profesor de periodismo internacional en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS, desde donde formó a varias generaciones de periodistas que hoy desempeñan su labor en todo tipo de medios en todo el mundo. También fue profesor en la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano de Cartagena de Indias. 
En sus últimos años seguía colaborando como editorialista y columnista. 
Estudió Historia en la Universidad de Barcelona y Periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, pero siempre defendió que donde se aprendía de mejor manera era en la redacción de un diario. 
Al periodismo le dedicó dos libros que se emplean en las universidades: El blanco móvil (Aguilar, 2001) y Cómo se escribe un periódico (Fondo de Cultura Económica de España, 2009). En ellos afirma que para ser un buen periodista hay que tener “un estómago de hierro” para distanciarse de los asuntos de los que se informa.
En los últimos tiempos se había incorporado con un enorme éxito a las redes sociales y era el periodista de EL PAÍS con más seguidores en Twitter, más de 172, 000.

La leyenda del tiempo.

La anécdota verdadera (hay muchas falsas) que mejor retrata la eficacia profesional de Miguel Ángel Bastenier, quizá el periodista más rápido del mundo, es la que se cuenta de su paso fructífero por El Periódico Catalunya, donde estuvo antes de venirse a El País.
Se dice que le encargaron muy tarde un editorial urgente; él se dispuso ante la máquina de escribir, y cuando ya iba a media página se viró hacia su director, Antonio Franco, e inquirió:
-¿A favor o en contra?
Nunca he visto a nadie -a nadie, con alguna excepción- que tuviera más pulsaciones a la máquina que Miguel Ángel Bastenier; pocas veces he visto (diría que ninguna) a nadie hacer crucigramas con la velocidad que tenía Bastenier en esa tarea de alta precisión; de nada he visto a hablar a nadie con tanta rapidez, y con tanto conocimiento de causa, como a este hombre que, además, podía hablar como un nativo francés, francés con acento belga, inglés, inglés con acento norteamericano.
Nunca he visto a nadie, tampoco, hablar (con conocimiento de causa también) de tantos deportes; de ciclismo sabía realmente, dicen, y de tenis, y de atletismo y de tantas otras especialidades.
Fue mi jefe y mi maestro; me ha despertado a deshoras (que para él son horas) para que arregle una coma mal puesta o para que aprende a discernir sobre una cuestión en la que él resulta sabio; me ha enseñado a preguntar y a resumir, y, sobre todo, me ha puesto sobre la pista de una virtud: en toda información hay algo que se te escapa, y eso que se te escapa es lo importante. Hasta que no des con ello no entregues la nota.
Su trabajo como maestro, en la Escuela de Periodismo de El País, en la que creó García Márquez en Cartagena de Indias, le ha granjeado el respeto (“granjeado el respeto…: menuda cursilería has puesto, Juanito”, me diría) y la admiración de miles de estudiantes sobre todo del ámbito iberoamericano que ahora son periodistas y jefes de periodistas en medio mundo. 
Sus 2,000 estudiantes eran para él el mayor premio de su vida; como cuenta Bernardo Marín, que fue su alumno también, se supo de memoria los nombres y apellidos de todos aquellos chicos, en Madrid y en Cartagena de Indias, hasta que llegaron al número mil. Su memoria extraordinaria no aceptaba ya más nombres propios.
Nunca lo vi llegar tarde al trabajo, ni irse porque fuera la hora: en eso también era un periodista antiguo instalado en la época en que ya los periodistas caíamos en la tentación de venir al periódico como si este fuera una oficina.
Hablé con él en taxis, en almuerzos estrafalarios, hablé con él en la Redacción, y me enfadé con él, y lo quise, cuando se sentía abandonado o no requerido, cuando luchaba por tener una línea más o una reseña, y le suplicaba a la vida que le diera tiempo para ser periodista para siempre y siempre, y le acompañé en estos últimos tiempos en que el hombre sabe su destino que es, como decía Pablo Neruda, el de amar y despedirse.
Su destino era despedirse habiendo amado, entre otras cosas sagradas, este oficio extraordinario en el que él entra ya en el tiempo de la leyenda. 
Una redacción sin gente como las que él representa es un mundo roto que solo tiene el consuelo de rendirles memoria y amor, ininterrumpido recuerdo.
Querer a Bastenier es querer el oficio.
 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *