Para mí toda experiencia tiene material de metáfora. Si existiese un trabajo relacionado con verle el doble sentido a las cosas, yo ascendería con la misma rapidez que Apple crea ediciones nuevas para arruinarte la vida. En fin, que sería buena.
Y cuando digo todo, es todo, hasta un partido de la semifinal de la Champions. No, no soy una erudita del futbol pero al equipo al que le voy perdió por tercera vez consecutiva ante el mismo rival. Por si ustedes, lectores, no guardan en su memoria cada final, les contaré un pequeño resumen: lloré en la final del 2013 cuando, a escasos minutos de acabar, nos metieron un gol; lloré en la final del 2016 cuando, a escasos minutos, nos metieron un montón de goles; y ahora lloré en la semifinal, cuando en los primeros minutos creímos ganar para toparnos con un jugador que no venía a cuento librando a cuatro defensas y metiendo el gol que nos empujó al abismo. Muy dramático todo.
La cuestión es que al principio y al ver que en los primeros 20 minutos habían metido la mitad de goles que se necesitaban, recordé que así había sido el bello momento antes de la llamada.
No he tenido una vida difícil, ni mucho menos. No obstante, han habido, cómo decirlo, “sucesos” que han sido un parteaguas en mi vida. Accidentes que se han llevado a la gente que quiero, despedidas que no tenían la intensión de ser tan largas y momentos en los que, por mi gente, podría darlo todo para evitarles más sufrimiento.
La vida es así: “No todo tiene explicación. No todo tiene respuesta. No todo tiene sentido. No todo es justo. No todo es lógico. Aprende a vivir con eso.”
Y aprendiendo voy. Pero si hay algo en lo que pienso mucho es el momento antes de la llamada donde te enteras que tu vida y la de los que te rodean no será la misma. En mi caso, y con mi natural manía de dejar el celular olvidado, son varias llamadas. Siempre recuerdo con detalle, ese día que todo parecía normal; lo que tenía planeado hacer y no pude, lo que comí, las veces que reí y con quién estaba.
Recuerdo que estaba en un ensayo antes de enterarme que los aviones caen. Planeaba comer sushi cuando el coche viró al hospital. Iba a ir a estudiar a la biblioteca cuando tuve que tomar el primer vuelo a casa. Me desperté un día con la intensión de ir a yoga cuando 30 llamadas perdidas me dijeron que algo no iba bien.
Mi punto es que la vida, igual que el futbol, está lleno de momentos de gloria y algunas llamadas de por medio. La vida, al igual que un gol en el descuento, te golpea sin aviso y miras al cielo con un “no es justo”. La vida, al igual que cualquier liga continuará y tú tendrás que salir a la cancha mañana a jugar. No hay opción.
Quisiera tener la certeza que no habrá otra llamada a la vuelta de la esquina. Quisiera pedirle al equipo que ya basta de goles ajenos. Quisiera… pero no. Lo único que me queda es seguir disfrutando e intentar no ver con el rabillo del ojo la pantalla. Porque esa llamada llegará, eventualmente, la única diferencia es si llega contigo aferrada al celular o te tenga que buscar mientras disfrutas de los momentos felices que recordarás siempre como el “antes de”. Así que, al menos, espero que sean dignos de ocupar un espacio en el poco espacio que tengo de memoria vital.
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