“A veces, cuando los miro, me imagino que son dinosaurios. Claro, son más pequeños, pero tienen la sangre fría y son igual de majestuosos”.
Quien habla sobre los caimanes es Dennis Inman, gerente de la compañía Twister Airboat Rides en la ciudad de Cocoa, conocida como la Capital del Surf de la Costa Este, a 84 kilómetros de Orlando.
De acento sureño, barba de candado, lentes tornasol, camiseta y gorra con reptiles estampados, podría ser uno de los protagonistas de Swamp People, el reality de History Channel sobre cazadores de caimanes.
Tiene más de 30 años llevando ecoturistas por pantanos y marismas del río St. Johns, cuyo caudal, de casi 500 kilómetros, es el más grande del estado. ¿El premio? Apreciar a los caimanes en todo su esplendor: se calcula que en en el estado hay 1.3 millones de ejemplares, algunos de hasta 5 metros de largo.
A estos reptiles se les ve con una mezcla de simpatía, orgullo y respeto. Su caricatura es la mascota de la Universidad de Florida en Gainesville, y bares y restaurantes presumen en sus menús cola de caimán.
En cambio, la Comisión de Conservación de Vida Salvaje alerta sobre su peligrosidad. Según sus registros, desde 1948 se han dado 357 ataques a seres humanos, 22 de ellos fatales. El último, en 2007.
Es frecuente que se les sorprenda merodeando en casas cercanas a ríos, provocando gritos de espanto a los dueños. Existe, incluso, un Programa Estatal de Caimanes Molesto con una hot line para reportarlos.
“Lo importante es no alimentarlos”, dice nuestro experto, poniendo en perspectiva los antecedentes. Nos mira fijamente y repite: “No los vayan a alimentar. Eso no es bueno. Si los alimentas, asocian al humano con comida”.
El hidrodeslizador, con capacidad para una docena de personas, nos lleva por las aguas negras y poco profundas del St. Johns dando interminables saltitos y provocando un zumbido tal que necesitamos protectores en los oídos.
Apenas un par de veces nos encontramos con otra embarcación igual, y en una ocasión con un bote convencional de pescadores, que nos saludan con la mano: el río es todo nuestro.
Más allá del pasto y plantas acuáticas, cientos, miles, de cipreses pintan todo de un verde seco; los sobrevuelan un par de águilas calvas.
Alguien del grupo, de repente, estira el brazo y señala a lo lejos. El zoom de la cámara ayuda a comprobar que, sí, ése es nuestro primer caimán. Es de una tonalidad gris, aunque casi verdoso.
El experto, sin embargo, lo pasa de largo. Más allá ha visto a otro, más grande, descansando en una orilla.
“Es un macho. Y ahí, en el agua, hay hembras. Es temporada de apareamiento”.
Dennis cree que a los caimanes se les demoniza, y asegura que jamás se ha topado con algún reptil violento.
“Son como estrellas de rock. Les gusta asolearse y dejarse retratar. Son demasiado flojos como para ir contra un bote o una persona. Prefieren comer serpientes o patos, algo menos grande que ellos”.
El ruido de nuestro hidrodeslizador ahuyenta a la mayoría de los caimanes con que nos topamos. Pero, de repente, vemos uno echado en la superficie. Está a unos 20 metros.
Parece percatarse de nuestra presencia pero, soberbio, no nos da importancia: se deja admirar cuan largo es, con sus ásperas escamas dibujando una extraña cartografía en su cuerpo. Decide desperezarse y abre la boca enseñando los afilados dientes. Parece mirarnos con sus ojos naranjas que brillan como espejos.
Enfila entonces hacia el agua. Realiza movimientos lentos, prehistóricos, casi torpes pero bellos. Sí (le doy la razón a Dennis), como de un fascinante dinosaurio.
¿Hambre de caimán?
Uno de los platillos típicos de buena parte de los condados en que está dividido Florida es la cola de caimán. En el Estado suele servirse frita (durante 24 horas, para ablandar su carne), pero también se le encuentra al estilo de Nueva Orleans, ennegrecida al sartén con condimentos. Se puede comer en el Lone Cabbage Fish Camp o en Dixie Crossroads.