Tanto la ciencia como la sabiduría popular han ido afinando sus postulados para que el adelgazamiento se concrete en algo real y no quede siempre en promesa incumplida de Año Nuevo.
Cada año, publicaciones especializadas y medios de comunicación generalistas se hacen eco de los diversos estudios sobre células implicadas en la digestión, pastillas contra el apetito o nutrientes que favorecen la eliminación de grasas. Se elaboran listas, se presentan resultados obtenidos o se adelantan conclusiones aún en curso. Es extremadamente difícil cuantificar el número de investigaciones en marcha sobre el origen o la cura del sobrepeso. Pero, ¿tienen efecto real? ¿Cambian sus soluciones los remedios de toda la vida?
No hay duda del papel positivo de cualquier disciplina y del avance social gracias al esfuerzo y la ambición de miles de profesionales dedicados a elaborar pruebas para mejorar nuestra salud. La pregunta que surge es por qué, a pesar de todas las averiguaciones, terminamos recurriendo a las decimonónicas hojas impresas con una dieta y un número de calorías que nos imprime el médico de cabecera. Al vaso de agua o el caramelo antes de sentarnos a la mesa. Por qué muchas de estas conclusiones se encaminan más a la cura que a la prevención.
“Todo va de la mano: el laboratorio, la alimentación y el paciente”, adelanta Ángela Quintas, química de formación y experta en nutrición clínica. “Desde la parte académica se pueden desgranar las cualidades de cada producto, pero hay que adaptarse a las necesidades de cada persona”, remarca, añadiendo la importancia del factor psicológico a la hora de perder peso.
El control del apetito, esa mano invisible que manda señales al cerebro para que nos lancemos a la nevera, reside en la cabeza y no en el estómago, sostiene.
“Es fundamental: hay que ser conscientes todo el rato de por qué comemos, qué nos echamos a la boca y qué hábitos estamos generando”, dice la autora del recientemente publicado Adelgaza para siempre.
Más que de los informes obtenidos a golpe de probeta, de tremenda utilidad, la clave reside –siguiendo las recomendaciones de Quintas- en anteponer las necesidades de cada uno y en hacer pedagogía.
“Hay que construir unas costumbres sanas. Ahora mismo, la comida se utiliza como premio o como castigo. Se ofrece una bomba calórica como un trofeo, cuando en realidad el mayor regalo es un buen comportamiento hacia la comida”, aduce.
La ciencia es fundamental a la hora de tratar los problemas de sobrepeso. Sus trabajos han desarrollado una cultura de la alimentación y han aportado multitud de datos favorables a la hora de prevenir, tratar y aliviar dolencias. Pero el impacto, por norma general, es “mínimo” en el desempeño práctico.
“Uno de los inconvenientes, sobre todo, es que muchos de estos estudios no tienen una robustez suficiente. Y no buscan -en el caso de los descubrimientos de ciertas propiedades de los alimentos- erradicar la obesidad, sino poner en alza un nuevo producto”, defiende con vehemencia el nutricionista Aitor Sánchez García, licenciado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, que, sin embargo, defiende la ciencia como instrumento fundamental en su trabajo: “Nosotros somos sanitarios, somos científicos, entonces todo lo que hacemos, todas las pautas de dietética, están basadas en una evidencia científica”.
¿Para qué sirve un estudio?
Hace unos meses, por ejemplo, se publicó que una enzima tenía un papel importante en el control del hambre. Y este es el culpable, a la postre, de desequilibrios alimenticios que derivan en obesidad y problemas cardiovasculares, de diabetes o de cualquier órgano implicado en el funcionamiento de nuestro cuerpo.
Saber cómo manejar la insaciabilidad dependía de la existencia o no de la OGT, apócope de O-GlcNAc transferasa. Una proteína que provoca que las neuronas del hipotálamo (la parte cerebral que regula los estímulos corporales) responsables de mandar la señal para cesar de comer dejen de comunicarse entre sí. Esto es: que su ausencia deriva en un apetito infinito.
¿Sirve conocer esto para un ciudadano medio cuyo máximo deseo es bajar tripa? El neuroendocrinólogo Miguel López explica: “Cualquier estudio científico es válido porque proporciona información, pero tienen que hacerse con proyección muy a largo plazo para que se traduzca en una solución firme.