Manuel Antonio Noriega, el exdictador panameño que fue un importante aliado de Estados Unidos, despachó matones para atacar a sus rivales políticos y trabajó para el cartel de Medellín antes de ser depuesto por una invasión estadounidense, falleció el lunes en un hospital de la capital de su país. Tenía 83 años.
El presidente Juan Carlos Varela confirmó el deceso, aunque no informó sobre la causa. Un amigo de la familia, que habló a condición de no ser identificado, dijo a The Associated Press que Noriega fue desconectado del aparato que lo ayudaba a respirar.
Se desconoce cuál será el destino de los restos del ex hombre fuerte de Panamá, quien estaba en condición crítica desde que sufrió una hemorragia tras una operación para extirparle un tumor benigno en la cabeza el pasado 7 de marzo.
Las calles de la ciudad de Panamá estaban en calma, sin manifestaciones a favor o en contra del exdirigente.
Noriega, a quien apodaban “Cara de Piña” por las marcas que tenía en el rostro, pasó los últimos años de su vida en la cárcel El Renacer, una prisión en pleno bosque tropical cerca del Canal, donde purgaba varias condenas por homicidio. Se preparaba para enfrentar a la justicia por otros casos de desaparecidos políticos.
Noriega nunca fue presidente, pero obtuvo el control absoluto del país tras convertirse en el jefe máximo del ejército en 1983.
Para sus seguidores fue un líder nacionalista que desafió a Washington, pero sus opositores lo consideraban un dictador que sumió a Panamá en una profunda crisis político-económica y le abrió las puertas al narcotráfico.
Muchos panameños huyeron del país por el temor que infundía el exgeneral que fue derrocado en la invasión de Estados Unidos del 20 de diciembre de 1989. Su caída marcó el fin del control militar que se inició en 1968 con su mentor, el general Omar Torrijos.
En septiembre de 2007, Noriega terminó de cumplir una condena de 17 años de prisión en Estados Unidos por permitir que un barco colombiano llevara toneladas de cocaína al país a través de Panamá. Sin embargo, aún tenía deudas con la justicia francesa y fue enviado a París en 2010 para encarar cargos por lavado de dinero y fue sentenciado a siete años de prisión por este delito y la fiscalía francesa sostuvo que los millones de dólares que transitaron a través de las cuentas bancarias de Noriega en el país en los años ochenta fueron comisiones que le pagó el cartel de Medellín.
En diciembre de 2011, Noriega regresó a Panamá en un vuelo desde París para rendir cuentas ante su pueblo después de pasar más de 20 años en prisiones de otras naciones por crímenes de guerra, narcotráfico y lavado de dinero.
En Panamá, Noriega fue condenado en ausencia por los asesinatos del dirigente opositor Hugo Spadafora en 1985 y del líder de una rebelión militar, el mayor Moisés Giroldi, en 1989, así como de al menos otros nueve militares que participaron en esa sublevación en un episodio conocido como la Masacre de Albrook.
Aunque no se pronunció públicamente durante el periodo en que estuvo recluido en cárceles de Estados Unidos y Francia, Noriega decidió romper su prolongado silencio cuando accedió a formular una declaración ante un canal de televisión panameño en junio de 2015. Desde la cárcel, el exdictador pidió perdón a los afectados por su régimen, aunque eso no calmó la sed de justicia de los familiares de más de un centenar de muertos y desaparecidos durante su mandato.
“Siento que como cristiano a todos nos toca perdonar”, señaló mientras leía una declaración escrita a mano en una hoja de papel.
“Ya el pueblo panameño superó esa etapa de la dictadura”.
A Noriega le sobreviven su esposa Felicidad y sus hijas Lorena, Thays y Sandra.