Llegó el verano y con él vienen las noches largas y las recomendaciones respectivas para disfrutar al máximo. ¿Por qué en junio? Pues porque estamos viviéndolo y la vida es para disfrutarla hoy.

Leer una página por día de la nueva edición ilustrada de “Cien años de soledad”, ahora que la obra de Gabriel García Márquez cumple 50 años. Tener este libro en el buró, y que sea la primera cosa que ves en el día, es una fuente de inspiración segura. 

Escuchar el álbum Cleopatra de The Lumineers, comiendo unas Jícamas Gus en el estacionamiento del Costco arriba, en el cerro, viendo todo León iluminado. 

Cantar Something just like this en la carretera rumbo a Lagos con todas las ventanas abiertas y gritando a todo pulmón sin tener pena ajena. Entre más ocupantes en el coche la actividad será más disfrutada. 

Pasear a tu perro por el parque Panorama y sentirte como mamá en el kínder presumiendo de las monadas de tu bebé. Correr detrás del cachorro porque se quizo hacer el simpático con el chihuahua vecino, cuando el tuyo mide 20 veces su tamaño. Pedirle perdón a la dueña por haberle causado cicatrices emocionales al histérico de su perro. 

Tirar los apuntes de todo el año y preocuparte si hay un 10% de su contenido en tu memoria. Darte cuenta de que no escribiste demasiado. 

Dormir con la ventana abierta. Cerrarla cuando los mosquitos hayan decidido hacer un festín en tu piel. Sacar el pie de las sábanas frías. 

Planear viajes con tus amigos. Planear viajes con tu familia. Planear viajes contigo. Meterte a la web todos los días por la madrugada, a ver si descubres un bajón en las tarifas de las aerolíneas. 

Olvidarte de la operación bikini y comer unas tortas de carnitas, unas guacamayas, un gazpacho, unas pizzas Cuadradas, unas tostadas, ¡lo que sea, pero que pique!

Caminar por el centro y sentirte turista.

Ir por una michelada un domingo por la mañana. 

Leer frente al mar un libro que no puedas soltar. 

Encontrarte a todo el mundo en los tacos a las dos de la mañana. 

Ir a correr al Metropolitano y cansarte a los tres kilómetros de tantos “Buenos días” que tienes que dar. Pensar que puedes ir a desayunar unas quesadillas porque acabas de hacer ejercicio. Ponerle toda la salsa que te ponen en la mesa. 

Comer un mango como si fueses pequeña, sin importante que manchas todo de amarillo. Con los cachetes llenitos de jugo. Es un mango y del mango nada se desperdicia. 

Ir al mercado y pelearte por la fruta más fresca. Platicar con el carnicero de su familia y su sobrino. Invitar a tus amigos a cenar porque acabas de comprar un libro de cocina y estas entusiasmada. Pedir perdón al día siguiente a todos los invitados porque se te pasó la mano con las especias. 

Prender una vela que huela delicioso. Comprar flores para que huela más rico. 

Escribir sin tanto miedo a la página en blanco. Releer los diarios de tu adolescencia y pensar en si tus problemas actuales son igual de estúpidos que de los de aquella época. 

Organizar un cine al aire libre con tus amigos. 

Intentar leer “La broma infinita” y decir que David Foster Wallace no es nada fácil de leer y no sentirte nada culpable. 

Olvidarte de Facebook, dejar de seguir en Instagram a las que te pintan una vida perfecta, tomar fotos para ti y para nadie más, decir más te quieros, llamar más por teléfono, dormir menos, comer más. 

(Continuará) 

Maca Arena

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