El otro día festejé con mis amigos mi cumple y para variar, tenía 23% de batería nada más para empezar. Fue uno de los días que nunca olvidaré y no tengo ninguna foto que me recuerde quiénes estuvieron o lo que comí o lo que duré con la sonrisa en la cara. No hay ningún indicio de que ese día estuve fuera de mi cuarto. Y eso me puso a pensar si todavía existen momentos en los que la experiencia le haya ganado la batalla al celular en la mano. Esos minutos que se te olvida que tienes un pulgar y un botón de cámara que disparar.

Cada uno podrá tener sus propios momentos, sus propias batallas… aquí van unos de los míos:

Comer en una terraza en primavera con las amigas que no veía desde hace un montón. ¿Y el celular?, en la bolsa. Un viernes por la tarde, nada más llegar del trabajo, quitarme los zapatos y abrir las últimas 10 páginas del libro que me ha robado la capacidad de concentrarme desde el lunes pasado. ¿Y el Whatsapp?, con mil mensajes.

Una noche del lunes sentada en una butaca viendo los créditos de la película que he esperado desde hace meses. Una clase apasionante donde las opiniones fluyen y todos sueñan con cosas mejores. Una página en blanco y veinte mil ideas desfilando. El mejor coulant de chocolate, de esos que se abren y se derriten por dentro y hacen que se me quiten los complejos. Un helado de macadamia después de un día donde todo se empeñó en salir mal. Los últimos capítulos de la serie del momento.

Una sobremesa familiar, cuando la memoria de todos fluye y se empeñan en recordar tus momentos más vergonzosos de la infancia, ¿quién si no le pondría freno al anecdotario que tienen mis padres en su disco duro?

Un paseo en moto, con el viento en la cara, dejando la vida atrás. Una hora viendo al mar. Pavarotti cantando Nessum Dorma. Un té matcha frapuccino (por muy raro que suene, es mi obsesión del verano). Una fiesta de bienvenida. La primera frase de “El extranjero” de Albert Camus. Decir mi primer “te quiero” a alguien que no lleva mi apellido.

Un paseo en bici (yo no sé ustedes, pero yo lo hago por mera supervivencia). Cantar en la regadera una canción de Adele y que me valga que no llegue al si bemol, ni a las coloraturas, ni a los bajos y menos los altos… ¡Dios! esa mujer no tiene unas cuerdas vocales normales.

Un paseo, con esa persona que se está haciendo cada vez más importante y con quien podría seguir paseando el resto de los días… En un momento así, ¿donde creen que estaría el celular?

 

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