Tras un atril, a modo de conferencia, María Moliner, encarnada por Luisa Huertas, charló con el público para explicar el objetivo de su obra, “El Diccionario del uso del español”.

Los asistentes al Teatro del Bicentenario conocieron cómo fue para la autora crear el recurso lingüístico que aún se usa, desde su sacrificio como madre y esposa, hasta las represiones que el régimen franquista le impuso por defender la libertad de expresión que impulsaba la República.

Detrás de la mujer lucían cuatro distintos “escenarios” y una pared llena de fichas bibliográficas que conducían hacia el verdadero lugar donde ocurre toda esta historia, la mente de Moliner.

En su discurso, explica que su obra conoce el significado cambiante de las palabras y su adaptación a las diferentes épocas. Pero antes de que se le olvide, recuerda a sí misma y al público su nombre: María Moliner.

Comparte lo simple que es entender algunas palabras compuestas como “arterioesclerosis cerebral”, enfermedad que padece, y cómo una vez que sabe de dónde provienen, alcanza una intimidad con el término.

Desconcertada por esporádicos episodios de pérdida de memoria, la protagonista acude al neurólogo quien se sorprende al saber que la mujer de más de 70 años es licenciada en Filosofía, pues una mujer educada no era algo común en aquella España.

Como primer tratamiento el especialistas manda a Moliner a hacer un juego de recuerdos y ésta manifiesta que sólo espera no olvidar lo que tiene que callar, como la opresión que vivió con la caída de la República.

En la sala de su casa, Fernando, esposo de María, muestra como en su matrimonio el diccionario se ha convertido en un rival.

De vuelta al consultorio, Moliner es examinada para ver el avance de su enfermedad.

Nuevamente su doctor la cuestiona con preguntas, las cuales traen el recuerdo del cuestionamiento de un oficial franquista a la mujer.

Un militar llega a sentarse junto a ella y a gritos le advierte que las demás mujeres que se han opuesto a Francisco Franco ya han sido “represaliadas” y expresa que si ella, una “roja rabiosa”, o sus hijos y su esposo no quieren sufrir lo mismo, deberá apoyar al nuevo gobierno.

La mujer, alterada, abandona la consulta. Su médico que cree que ha sido una ataque de demencia senil la deja ir.

En su hogar, María incendia su Plan de Bibliotecas realizado para la República y un joven Fernando le pide que abandonen el país, pero ésta se niega pues a pesar de todo ella es fiel a la República, aunque ahora deben servir y respetar al “generalísimo”.

De vuelta con el doctor, Moliner le entrega las 3 mil páginas de los dos volúmenes de su diccionario, que el médico descubre con asombro pues ha creído todo el tiempo que la obra no era sino un delirio de su paciente.

La obra que se llevó 15 años de su vida, afecta al matrimonio, lo mismo durante su juventud que en la vejez.

En medio de tensiones, su marido le informa que pierde la vista y ella confiesa su pérdida de lucidez.

Con amor profundo, Fernando le dice a su esposa que habrán de complementarse y que él será su memoria y ella, su vista.

Arrodillada, María le pide perdón por haber descuidado su relación y no estar ahí para los tiempos difíciles, como lo fue la muerte de su pequeña hija.

El doctor aparece nuevamente y le comenta que es una pena que haya sido rechazada por la Real Academia de la Lengua, a la que toda su vida criticó, sólo por ser mujer, pero María apenas si recuerda quién es y que su marido ha muerto.

El médico le comunica que su enfermedad la ha llevado a la demencia, lo cual es una pena para una mujer tan brillante.

La obra concluye con el significado de la libertad en voz de la actriz Luisa Huertas que la define como “la facultad que tiene el hombre para elegir o no su propia línea de conducta y por la cual es responsable”.

Con una ovación especialmente cálida para la actriz en escena, el público rubricó su juico sobre la función de la Compañía Nacional de Teatro.

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