Por Twitter y sin compasión. Donald Trump mostró ayer su lado más feroz y aceptó la dimisión de su jefe de Gabinete, Reince Priebus, justo al día siguiente de que fuera insultado por el director de Comunicación, Anthony Scaramucci. En su lugar, el presidente de Estados Unidos eligió a uno de sus generales preferidos: el actual secretario de Seguridad Interior, John Kelly, un exmarine implacable con la inmigración y las deportaciones.

La caída de Priebus, tras la salida del anterior portavoz, Sean Spicer, acaba con el principal representante del establishment republicano en la Casa Blanca y presagia una radicalización aún mayor de la política de Trump.

Vuelo libre. Donald Trump no está sujeto a más regla que sus instintos. Al bajar del Air Force One, procedente de Nueva York, lanzó otra de sus demoledoras series de tuits. Esta vez, el resultado fue una crisis en la línea de flotación del Gobierno. El cargo de jefe de gabinete es uno de los puestos más delicados de Washington, casi equivalente a un primer ministro. Tiene acceso libre al Despacho Oval y está en la alquimia de las grandes operaciones.

Pese al enorme poder que acumulaba, Priebus, de 44 años, no había cuajado en el vertiginoso equipo de Trump y llevaba tiempo en la cuerda floja. De talante moderado y poco dado a los focos, se había enfrentado por la política de comunicación al yerno del presidente, Jared Kushner, y sobre todo no había conseguido los apoyos republicanos que se esperaban de él. Los continuos fracasos en la tramitación de la reforma sanitaria, que culminaron la madrugada de ayer con un sonoro descalabro, habían debilitado enormemente su posición.

A todo ello se añadía la sospecha, nunca demostrada, de que Priebus, con fluidas relaciones en los medios, era uno de los filtradores de secretos de la Casa Blanca. Fue Anthony Scaramucci quien aireó públicamente esta semana las acusaciones, al tiempo que le consideraba un cadáver político y le insultaba en una conversación con un periodista. “Jodido paranoico esquizofrénico”, le llamó ante un reportero de The New Yorker.

La prepotencia y degradación que mostraban estas palabras sacudieron Washington. Nadie las defendió, pero lejos de mediar o sancionar al ambicioso Scaramucci, el presidente fue más allá y por Twitter decidió deshacerse del hombre que durante años le abrió puertas en el Partido Republicano.

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