¿Te ha pasado que te golpeas el dedo del pie y sin querer lanzas una palabrota? Probablemente no lo pensaste mucho, pero quizá reaccionaste de la manera correcta.
Cuando somos niños, se nos enseña que maldecir es inapropiado. Sin embargo, las groserías tienen un fin fisiológico, emocional y social, y son efectivas sólo porque son inapropiadas.
“La paradoja es que el mismo acto de represión del lenguaje es lo que crea esos mismos tabúes en la siguiente generación”, dijo Benjamin Bergen, autor de “What the F: What Swearing Reveals About Our Language, Our Brains and Ourselves”. Lo llama la “paradoja de la vulgaridad”.
“La razón por la que un niño piensa que las groserías son malas es porque, conforme va creciendo, se le dice que es una mala palabra, así que las groserías son una concepción social que se perpetúa a lo largo del tiempo”, dijo Bergen, profesor de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California en San Diego.
Jurar en vano y maldecir se definen como vulgaridades: lenguaje ordinario y socialmente inaceptable que no se usa en una conversación educada.
La paradoja es que las palabras altisonantes son poderosas porque les otorgamos ese poder. Si no se les censurara, todas las palabras que se designan como groserías serían solo términos comunes y corrientes.
Decir palabras puede ser catártico.
Un estudio descubrió que decir malas palabras puede aumentar la habilidad para soportar el dolor. Así que cuando te golpeas el dedo del pie y sueltas una grosería, hacerlo puede ayudarte a tolerar mejor el malestar.
En su experimento, Richard Stephens, profesor de Psicología de la Universidad Keele, les pidió a varias personas que le dieran una lista de palabras, incluidas groserías, que dirían si se pegaran en el dedo con un martillo. Después les pidió que hicieran una lista de palabras neutrales para describir una silla (por ejemplo, “de madera”). A continuación, les pidió que sumergieran una mano en agua helada tanto tiempo como aguantaran mientras repetían una palabra de alguna de las listas: una grosería o una palabra neutral.
Los participantes que repitieron una grosería pudieron mantener la mano sumergida en el agua helada por casi 50 por ciento más tiempo que aquellos que repitieron una palabra neutral.
No solo eso, decir groserías también hizo que los participantes no sintieran el dolor tan intensamente. Los investigadores concluyeron que decir groserías tiene el efecto de reducir la sensibilidad al dolor.
Aunque decir malas palabras es en gran parte inocuo, según escribió Bergen en su libro, las injurias o insultos son la excepción. Hay claros beneficios cuando se usan groserías, pero cuando van dirigidas a un grupo demográfico, pueden promover prejuicios, escribió Bergen.
Hay que aclarar que estas palabras, por supuesto, no tienen ningún poder interno ni místico que confiera fuerza o resistencia sobrehumana. Es simplemente el acto de pronunciar una palabra tabú lo que la vuelve catártica.
“Podemos expresar nuestras emociones, especialmente el enojo y la frustración, hacia los otros de manera simbólica y no con el uso de uñas y dientes. Decir groserías significa sobrellevar, o desahogarnos, y nos ayuda a lidiar con el estrés”, dijo Timothy Jay, profesor emérito de la Massachusetts College of Liberal Arts.
Denota honestidad
Investigaciones también descubrieron un vínculo entre decir groserías y la honestidad. Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Social Psychological and Personality Science concluyó que “las groserías están asociadas con menos mentiras”.
La idea es que los mentirosos necesitan usar más su cerebro y requieren más tiempo para pensar e inventar mentiras, recordarlas o evitar decir la verdad. En cambio, los que suelen decir la verdad van al grano más rápido, lo que puede implicar hablar impulsivamente y sin filtro.
“Creemos que cuando la gente usa palabras altisonantes nos da muestras de su estado emocional, y no es algo que la gente haga todo el tiempo”, dijo Bergen.
“Mucha gente esconde sus emociones y creo que podemos inferir cuando alguien dice groserías que no las está escondiendo; más bien está expresando honestamente su postura emocional”.
¿‘Pobreza de vocabulario’?
Las malas palabras pueden ayudarte a comunicar tus emociones con más precisión, lo que contradice la creencia popular de que la gente usa groserías porque les falta vocabulario.
“Se trata del mito de la ‘pobreza de vocabulario’, según el cual la gente dice groserías porque desconoce las palabras adecuadas debido a un vocabulario empobrecido”, dijo Timothy Jay, profesor emérito de la Massachusetts College of Liberal Arts. “Cualquier estudioso de la lengua sabe que es al contrario”.
Jay fue coautor de un estudio realizado en 2015 y publicado en Language Sciences, que probaba la habilidad de la gente de producir palabras que comenzaran con una letra en específico. El resultado desmintió el mito de la pobreza de vocabulario.
“Nos dimos cuenta de que las personas que podían enlistar muchas palabras que comenzaran con una letra y nombres de animales también eran las que podían emitir la mayor cantidad de groserías”, dijo Jay. o”.