Los más de 4 mil 500 centroamericanos que se encuentran en Ciudad Deportiva han transformado el estadio Jesús Martínez “Palillo” y sus alrededores en una nueva ciudad.
Duermen bajo siete carpas, en las gradas del estadio, en el pasto lodoso de la cancha, en la pista de atletismo o en cualquier lugar donde pueden.
Se bañan en ropa interior -a cubetazos o como puedan- con el agua fría de los tinacos instalados para su servicio sin nada que les dé privacidad, a los ojos de quien los quiera ver.
Ahí mismo lavan su ropa frotándola sobre el plástico de los contenedores. Quien no tiene otra muda, se la pone de nuevo y espera que se seque en su cuerpo.
Comida y otros servicios
El alimento que ofrece el Gobierno capitalino se sirve en tres horarios, de 8:00 a 10:00, de 14:00 a 16:00 y de 19:00 a 21:00 horas, aunque muchos prefieren ir por pollos rostizados.
Ante la multitud, los migrantes hacen largas filas para todo, hasta para usar los sanitarios portátiles colocados lo más lejos posible de los dormitorios, quizá por eso en los alrededores y rincones hay charcos pestilentes.
Cuentan también con consultorios médicos de atención básica, farmacias improvisadas para cambiar sus recetas y consultorios móviles para intervenciones dentales, los cuales han sido instalados por las autoridades en el estacionamiento del estadio.
Mientras que organizaciones de la sociedad civil ofrecen cortes de cabello, donación de ropa y de zapatos, asesoría legal por si tienen dudas sobre el proceso de solicitud de refugio en Estados Unidos o México.
Dentro del estadio, los niños juegan a saltar la cuerda o en competencias organizadas por activistas. La comunidad LGBT descansa en una carpa especial. Los jóvenes más fuertes acaparan las mejores zonas para jugar futbol, pero cualquier espacio es bueno.
Un grupo alejado
Afuera del estadio un grupo de migrantes se aleja del resto. Escucha hip hop, fuma marihuana y hacen tatuajes. A una mujer, que no quiso dar su nombre, le dibujan una flor. Es el tercer tatuaje que se hace en la caravana, de un total de 26 que tiene. Dice que le gusta el dolor que le produce la aguja.
A unos metros, un hombre logró realizar una videollamada con sus hijos, a quien les da un recorrido por el albergue con la cámara de su celular.
“Papá, papá, ¿con quién está?”, se escucha que le pregunta un niño.
“Con nadie, hijo, con nadie, estoy solo“, responde el hombre, rodeado de 4 mil 500 migrantes más.
SIGUE LEYENDO