Una mujer dada a los demás, feliz de la vida que tuvo y llena de amor, así fue María Elena González García, empresaria, esposa y madre, quien falleció este miércoles 18 de octubre a los 70 años.
Originaria de la Ciudad de México, María Elena nació el 10 de septiembre de 1953, sus padres Don Pedro González Amador y María Elena García Jiménez, reconocidos empresarios de la ciudad de León.
Ella, junto a sus padres, y sus hermanos Pedro, Leticia, Luis Gerardo, Lourdes y Juan Carlos, quienes eran sus mejores aliados, sus pilares y su apoyo incondicional en las épocas difíciles y en las mejores, se mudaron a León entre 1964 y 1965 para emprender con la Fábrica de Maderas Industrializadas.
De sus padres heredó el gusto por todos los platillos típicos mexicanos y los toros. Hija de una familia taurina, María Elena mantuvo las tradiciones de ir a la ‘fiesta frava’, a la Feria de Sevilla y a la Feria de Aguascalientes.
Pero fue la creación de su propia familia uno de sus más grandes orgullos y logros que compartió con el amor de su vida, Don Luis Felipe Villanueva Plasencia, con quien estuvo casada durante 45 años, más los 3 años que estuvieron juntos de novios.
Con él dieron la vida a Luis Felipe (42), Marlene (39), Andrés (36) y Fernando (32), además de Gerardo, que falleció a los 6 meses de nacido.
De ellos su legado ha seguido con 11 nietos: Chisco, Fabián, Pablo, Diego, Julia, Lucía y Luis Felipe. Juan Andrés, María, Álvaro y la recién nacida, la bebé Paula, que pudo conocer en sus últimos días.
“María Elena fue una persona que siempre estaba alegre, siempre quería estar con gente, muy dada a los demás. Compartiendo sus tiempos, su cariño, muy pachanguera”, comentó Don Luis Felipe.
“Gracias a ella aprendí a ver la vida con alegría, cuando la conocí lo primero que me gustó fue su sonrisa y la forma como veía la vida, eso me cautivó. Desde que la conocí empezamos a disfrutar de una vida juntos, se complementó con mi seriedad”.
Por su parte, su hijo Fernando Villanueva agradeció que su mamá y su papá crearan un matrimonio ejemplar, basado en el amor, la generosidad y el respeto.
“Hablaban, analizaban, resolvían, se apoyaban y hasta se reían de sus diferencias, dando lugar a experiencias muy bonitas y enriquecedoras. Ambos aceptaban que las debilidades de uno eran las virtudes del otro y, por tanto, lograban un equilibrio que daba gusto presenciar”.
María Elena, en palabras de sus hijos, fue una mujer decidida, leal y trabajadora, que sin importar que día, trabajó siempre a lado de su esposo, incluso cuando aún era soltera y estudiaba su licenciatura de administración de empresas en la antes UBAC, hoy Universidad De La Salle Bajío.
“En su faceta de empresaria fue una líder muy capaz y apasionada por la resolución de conflictos y las finanzas sanas”, recordó su hijo Fernando Villanueva.
Pero había algo que le gustaba aún más, platicar y salir a comer con sus amigas: ‘Luces’, ‘La Bailarina’, ‘La Muñeca’, ‘Reina’, ‘Lula’, ‘Lichota’, ‘La Gorda’ y muchos, muchos amigos más que se podría estimar en cientos entre León y San Miguel de Allende, su segunda casa.
“Ella cultivaba sus amistades a diario, continuamente, no soltaba el teléfono, invirtió muchísimo tiempo para dedicarle a otros, muy dada a los demás. Fue confidente y mejor amiga de muchos”, recordó su hijo Andrés Villanueva.
Para María Elena, un domingo era sinónimo de tiempo familiar desde el amanecer hasta el anochecer.
“Todos los domingos era un tema de convivencia desde que estaban mis abuelos, con mis tíos. Era difícil no juntarnos todos los hijos, primos y nietos, un domingo”, agregó Andrés.
Algo a destacar de María Elena era su fe, que la llenó siempre de esperanza y buena voluntad al prójimo.
“Con ella no faltábamos a Misa, aquí en el rancho o en San Miguel, aunque fuera jueves o viernes, nosotros íbamos a Misa y después caminábamos por los pueblos, comprando cosillas para los amigos o los nietos.
“Yo le vendí la idea y la compró, de que la mejor herencia que le podíamos dejar a nuestros hijos, era que tenían que tener mínimo tres cualidades para que el día que nosotros faltemos tenían que tener ese aprendizaje: la primera ser gente trabajadora”, mencionó Don Luis Felipe orgulloso.
“La segunda ser honestos y la tercera ser agradecidos con Dios y con la gente, y creo que hasta ahorita, lo hemos logrado, porque yo siempre he dicho, que lo que más vale de una persona no es su firma, sino su palabra”.
Su hijo mayor, Luis Felipe, agregó que le gustaba mucho leer el rosario, y les inculcó a él y a sus hermanos la costumbre de rezarlo siempre.
“Cuando teníamos invitados en casa les tocaba siempre ponerse a rezar. En viajes en carretera, o después de una buena fiesta, y eso de repente era algo curioso. Era muy apegada a Dios, por eso creo que se fue con esa paz”.
En sus últimos días, sus hijos recordaron todas las canciones que escuchaba y que ahora forman parte de ellos. Tales como “Con la gente que me gusta”, “Fiesta”, “Mi cariñito”, “ El cielo nunca cambiará”, “Paso a la reina”, “No soy de aquí ni soy de allá”, entre muchas otras.
“Mi mamá decía ‘Vida nada me debes’, en sus últimos días estaba plena, tranquila. Se fue por una enfermedad, y cuando se enteró, ella estaba tranquila y lista para partir de este mundo, sabiendo que su familia y sus hijos estamos bien”, agregó también su hijo Andrés.
Luis Felipe reconoció que por ella tienen amistades tan leales y trascendentales.
“Ella nos fomentó que cuidáramos a los buenos amigos y que trascendieran en el tiempo. Mis hermanos y yo tenemos amistades de toda la vida, muy sólidas gracias a mi mamá, procuraba que tuviéramos amigos leales y que pudiéramos ser para ellos y ellos para nosotros”.
Su hija Marlene mencionó conmovida que su madre tenía el arte de entrelazar generaciones.
“Mi mamá siempre me compartió a sus amigas y las mías las hizo suyas. Al grado que en las fiestas y reuniones era una mezcla hermosa de generaciones, todas sintonizadas, disfrutando juntas. Ella siempre me motivaba y a mis amigas con su frase icónica: Siempre se puede dar un poquito más”.
Fernando agradeció cada lección que pudo aprender de su mamá y de su capacidad de amar y entregarse a los demás.
“Me enseñó que la vida es una fiesta y qué hay que vivirla con alegría. Que el viento y la música son caricias de Dios y que incluso en los momentos más difíciles siempre habrá algo que agradecer”.
Agradecen tanto amor
Este viernes 20 de octubre, a la 1 de la tarde, se realizó el funeral de María Elena González García en el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, el Padre Patrick O’ Connell ofició la Misa en compañía del Padre Tomás San Román, quien también es amigo de la familia.
Durante la misa, las coronas de flores blancas y ramos no dejaron de llegar en agradecimiento de las familias y corazones que tocó María Elena.
“¿Cómo no agradecer tantas bendiciones que nos llegaron? Son ustedes, nuestra familia. Gracias por tanto cariño”, dedicó unas palabras Don Luis Felipe Villanueva Plasencia durante la misa.
Su hijo Andrés también le dedicó unas emotivas palabras durante la ceremonia.
“Hermosa, una mujer feliz de día y de noche, una mamá entregada, presente con su familia, una esposa amorosa y una mejor amiga de escuchas aquí presentes, qué rápido pasó el tiempo decía aquella mañana.
“Decía ‘Si Dios me quiere llevar que me lleve. Estoy muy tranquila’. Gracias mamá por tu sonrisa, tus consejos, por tu fe en Dios, por siempre ver lo positivo de la vida, te amaré con todo mi ser, misión cumplida”.