Por: Elisa Jaime Rangel

En recuerdo del maestro Luis Rionda Arreguín, que tanto nos enseñó y a quien tanto le debemos.

Con sencillez y discreción, sin apenas notarse, mi Maestro Luis, recién salió de la escena, hizo mutis.

¿Qué pasó con esa estentórea voz que retumbaba en el Patio de Valenciana? ¿A dònde se fué su franca y abierta carcajada? ¿Se apagó su pasión por Giambatista Vico y Giordano Bruno? ¿La Filosofía de la historia por fin encontraría sendero? ¿Habrá calmado sus ansias la Filosofía de la Ciencia?

¿Y la religión y su filosofía? ¿Encontrará la respuesta? Preocupaciòn perenne de Luis Rionda contenida en 11 ensayos que próximamente verán la luz bajo el título de: 

Dios, problema y enigma del hombre. 

(Maimònides: Lo indeterminado y el silencio; Dios y el Estado en el discurso filosòfico de Spinoza; Figuras significativas de la mística occidental; Max Scheler: transiciòn hacia una nueva idea de Dios; Temas relevantes del irracionalismo religioso;; La comparaciòn proporcional y la docta ignorancia; La religiosidad emotiva de Miguel de Unamuno; Lo ‘Místico’ y el lenguaje figurativo; La doctrina de la no dualidad en el pensamiento clásico hindú; La cultura mexicana y el budismo; y La fragilidad de la vida humana).

Estos ensayos fueron nuestro último contacto con él, ahora mismo los tengo a mi alcance. Enrique Gómez Orozco y yo los revisamos, los corregimos, bajo su supervisión y guía. Enrique le prometió que el libro lo presentaremos el próximo mes de febrero. Así lo haremos. 

Fue nuestro Maestro a lo largo de toda la carrera de Filosofía. Nos quiso y nos consintió siempre. El güero y Elisois, nos decía. 

Fue un hombre de profundas inquietudes filosóficas, culto y conocedor de no pocas ramas del conocimiento. Crítico y analítico, estuvo alerta siempre para no dejarse seducir por uno y tantos dogmatismos. Siempre atento a las diversas y múltiples corrientes del pensamiento, dejaba ver y sentir una auténtica vocación por el estudio, por descubrir el ser de las cosas, del hombre y de Dios.

No sabría decir cuál fue su gran pasión intelectual. Creo que la Filosofía de la Ciencia. Escuchar al Maestro Rionda en esta clase, en una etapa de la vida en la que asumes que filosofía y ciencia son ajenas, significó una definitiva sacudida al pensamiento, que fue mucho más allá de de la asunción de los conceptos mismos. 

Sus clases de historia de la filosofía proporcionaban una estructura rica y orientadora del pensamiento a lo largo de los siglos, importante y definitiva para abordar sistemas filosóficos concretos. 

No obstante, proyectándome hacia atrás, y sin desdeñar su capacidad intelectual y su cúmulo de conocimientos, me parece que en clase lo verdaderamente atractivo era su pasión por el conocimiento y la enseñanza. Era como una urgente y apremiante necesidad de mostrar la maravilla de conocer, el portento de lo conocido y la duda respecto a lo conseguido. Todo junto, sin regateo ni contradicción.

¡Ah! Còmo gritaba, còmo rebotaba y hacía eco su voz en las pequeñas celdas del ex convento de Valenciana, en los que, sí mucho estábamos ocho o diez alumnos, sentados a tres metros escasos de él y en donde hablaba como si se dirigiera a una gran audiencia. Volumen y tono variaba dependiendo de su emoción y regocijo.

Difícil no contagiarse y no acompañarlo en el interminable viaje.

Lejos estuvo siempre de la actitud sobria y taciturna del pensador, o del adusto ropaje de profundidad chocante y lejana. Era de risa fácil y de escandalosa carcajada, de ironía fresca, sencilla y mundana. Sí, hombre sencillo, amable, afectuoso y de una gran generosidad intelectual.

Recuerdos y emociones de alumnos queridos y que lo quisieron, a la vera de su inminente ausencia, no más, pero tampoco menos. 

Su hija me dijo: anoche quería hablar contigo… generoso hasta el final.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *