La educación es una institución y una función social transversal presente en mayor o en menor medida en todos los grupos sociales de un individuo a lo largo de su vida, y tiene como objetivo socializar y desarrollar al individuo, aunque según las conveniencias de quienes están en situación de decidir y establecer los fines y los medios para llevar a cabo dicha tarea.

De este modo, las necesidades de ser educados de los individuos (llegar a desarrollar lo que pueden ser) no siempre se corresponden con las prescripciones de educación de las instituciones (llegar a ser lo que las instituciones familiares, económicas, políticas y religiosas quieren que sea). Y este es el caso del autoconocimiento, que es uno de los ideales educativos más elevados. 

Y sucede que nos conocemos con cada gusto, cada afinidad, cada relación elegida, cada atracción, cada comida preferida y cada canción interiorizada que contribuye a que aflore ante nuestra conciencia lo que no sabíamos que somos, pues el afuera de nosotros hace despertar lo que yacía dormido en nuestros genes, o en nuestro inconciente primigenio. 

Hablamos de episodios circunstanciales y esporádicos de autoconocimiento. Sin embargo, todo ese cúmulo de experiencias de vida en las que a momentos logramos un fugaz autoconocimiento, no son suficientes, ya que conocernos es una tarea que debiera tener cierto grado de sistematicidad y de esfuerzo sostenido para, así, lograr ocuparnos en ello el tiempo suficiente como para obtener resultados más sólidos y permanentes. 

Es por ello que se necesita una cierta disciplina o un cierto hábito para pasar más tiempo con nosotros mismos, para poder pensar lo suficiente en lo que fuimos, somos y seremos y, si es una disciplina, ésta muy bien podría ser la meditación, y si es un hábito podría ser que programáramos cierto tiempo al finalizar el día para escribir un diario de lo significativo que hicimos, pensamos o sentimos durante la jornada, o cierto tiempo semanal para tareas de autoconocimiento como las de elaborar apuntes autobiográficos o volver a ver fotos propias o de la familia. 

Y es que las fuentes de información sobre nosotros mismos son tan variadas como la información procedente de nuestros pensamientos (¿por qué pienso esto?), sentimientos (¿por qué siento esto?), conducta (¿por qué hice esto?), de las reacciones de otras personas hacia nosotros (¿por qué reaccionó la gente así conmigo?) y de la comparación que hagamos de nosotros con otras personas (¿qué tan bien librado salgo si me comparo con alguien en algo que me importa?). 

En ese contexto, el autoconocimiento se refiere a nuestros adentros, a nuestra subjetividad y si nos preguntamos en cual actividad humana aflora más la subjetividad, caeremos en la cuenta de que es en el arte, y eso nos llevará, inevitablemente, a la necesidad de impulsar la educación artística, algo que, por el contrario, ha estado tan restringida en las escuelas, lo cual nos lleva a preguntarnos si acaso se están formando educandos analfabetos de su subjetividad profunda (la superficial es la reactiva, la refleja e irreflexiva que fomenta la mala televisión, la mala música y la falta de lectura).

En cualquier caso, ya sea a través de iniciativas individuales, o familiares o colectivas, se debe  recuperar esa línea formativa que es el autoconocimiento.

 

Profesor-investigador de UPN Guanajuato

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