Leviatán es un monstruo de traza bíblica, integrado por seres humanos dotados de una vida cuyo origen brota de la razón humana, pero que bajo la presión de las circunstancias y necesidades decae, por obra de las pasiones, en la guerra civil y en la desintegración, que es la muerte.
Manuel Sánchez Sarto     
Uno

Cuando apenas estaba cumpliendo 2 años de edad, me trajeron a vivir a la frontera norte de Ciudad Juárez, Chihuahua. Conforme fueron pasando los años, fui identificando las calles que trazaban el fraccionamiento en el que azarosamente me tocó habitar, los vecinos y las vecinas que súbitamente arribaban como insectos que buscan su guarida a las casas de los lados, de enfrente o de las zonas aledañas a la circunferencia de mi casa.  A los 3 o 4 años me empezaron a llevar al Kínder, mi primer contacto con otros niños que no fueran mis hermanos, con otros adultos que no fueran mis padres, con ese mundo del otro, que está ahí, e igual que uno, ocupa un sitio en el universo, un lugar en el espacio. Esa primera experiencia con ese experimento social no fue nada sencillo de asimilar para mí, fue doloroso el separarme por unas cuantas horas del lecho materno y de esa casa a la cual había llegado y ya me estaba adaptando. De pronto vi ciertas ventajas de ir a un Kínder que se ubicaba en el Fovisste Chamizal,  en donde a principios de los años 80s había una serie de maizales en los que uno se podía ocultar, esconder, correr y escabullir silenciosamente sin que nadie te perturbara. Luego fueron esas amargas experiencias escolares de la Primaria en las que da la impresión de estar internado en un campo militar en el que rigurosamente tienes que portar uniforme café caqui con corbata negra, zapatos negros boleados, pelo corto y alineado, el saludo a la bandera cada lunes a mediodía. Una especie de reclutamiento y adiestramiento se empieza a dibujar en el comportamiento de la mayoría de los niños, el acercamiento con los profesores es nimio, la mayoría de ellos se comportan como vigilantes o policías, que rondan por los salones para que cumplas las normas y reglas que estipula la Escuela Primaria.        
Pero afortunadamente en mi niñez existía otro mundo, que no pertenecía al de la escuela, era el del barrio o fraccionamiento en el que habitaba y se jugaba con los vecinos. Se trataba de salir a explorar las zonas que estaban un poco más lejos de esa circunferencia en la que pernoctaba, y en las que me empecé a dar cuenta que había un sinfín de terrenos baldíos que estaban ahí, abandonados, sin orden, ni reglas, ahí, desnudos y dispuestos para andar en ellos en la bicicleta, vagar o jugar a las escondidas. Sin embargo, todavía no alcanzaba a percibir las entrañas del monstruo que significaba habitar en Ciudad Juárez, ese Leviatán que poco a poco empezaría a percibir y se estamparía todos los días en mi realidad visual, económica, social, cultural; ese otro mundo dominante que está a un lado de las casas habitaciones en donde vivo, esos bodegones extensos que pasan desapercibidos y que están llenos de tuberías y colores pardos, de pronto se abrió ese otro mundo, que regula, ordena y desordena, une y desune, fragmenta al individuo y a la sociedad; hace dependiente a millones de personas. Las Maquiladoras.   
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