Uno de los indicadores más elocuentes del atraso en el desarrollo social de un pueblo es la magnitud del fenómeno del maltrato infantil.
En la Declaración de México sobre el Maltrato Infantil (1992), se definía al maltrato infantil como “una enfermedad social, internacional, presente en todos los sectores y clases sociales, producida por factores multicasuales interactuantes y de diversas intensidades y tiempos, que afectan el desarrollo armónico, íntegro y adecuado de un menor, comprometiendo su educación y consecuentemente su desenvolviendo escolar y, por tanto, su conformación personal, social y profesional”.
A menudo se cita el caso de Estados Unidos como un país que registra una alta incidencia de maltrato infantil. En contraste, varios países de Latinoamérica registran pocos casos o no registran ninguno. La falsa conclusión a la que se llega a veces es que el fenómeno es más grave en el primer país y menos grave en los otros. Sin embargo, la esencia del asunto radica en el sistema de registro del maltrato infantil que los países utilizan.
Un sistema eficiente necesariamente recoge mejor la información y normalmente arrojara resultados cuantitativos más altos. Existen dos grandes tipos de maltrato: el físico y el psicológico. El maltrato físico es aquel que consiste en violencia física: golpes, patadas, castigo con palos, correas, tirón de pelos, pellizcos, bofetadas, quemaduras, etc.
El maltrato psicológico es aquello en que se desvaloriza a la persona, se le priva de afecto o de estimulación sensorial, se le insulta, grita, pone apodos, hay desamor, faltan caricias, se burlan los padres de él, falta comunicación y socialización, descuido o dejadez en la crianza, indolencia ante la enfermedad, rechazo, no ser deseado, rechazo de madrastra o padrastro, etc. Si enfocamos el maltrato en una perspectiva diacrónica o temporal, veremos que este puede ocurrir desde la misma lactancia (por ejemplo, al no dar de comer adecuadamente a un lactante que no está en condición de alimentarse por sí mismo) hasta la adolescencia (por ejemplo, los ataques constantes al adolescente en crisis por su rebeldía, cuando el adolescente está en un proceso normal de adaptación a los cambios corporales y psicológicos de la edad). En conclusión: el maltrato infantil es una ulcera en el corpus social, de una magnitud alarmante aun para el no especialista en el fenómeno, y que debe atacarse multidimensionalmente (legal, económica, social, familiar y psicológicamente).
¿Cómo puede contribuir la educación a prevenir el maltrato infantil? Fomentando en los niños valores éticos y morales; estableciendo adecuadas normas de convivencia; enseñando a controlar la ira y la agresividad de forma adaptativa y adecuada, ya que el control de las emociones es fundamental; desarrollando la capacidad de empatía para ser capaz de ponerse en el lugar del otro y comprender que nuestra conducta o actitud puede provocar sufrimiento en el otro; como los adultos son un modelo a seguir para los menores, se debe evitar un entorno donde impere la violencia psíquica o física, ya que ello va a favorecer que nuestros niños aprendan esos modelos de conducta y puedan repetirlos; facilitar a los niños bienestar físico, afectivo, emocional, educativo y social, velar por sus derechos e intereses; escucharlos y facilitarles la oportunidad de expresarse y que se sientan comprendidos y arropados emocionalmente. En suma: tratar de que vivan una infancia feliz.
* Profesor-investigador de UPN Guanajuato