j. Elisa

Nací en K´iché. Me críe con mi abuela: Macedonia Ak´Abal. Desde muy pequeña me quedé huérfana, decís vos. Antes de los siete años me enseñó a hacer la tortilla, a pastorear, cargar la leña con mecapal, alimentar los pollos, a trabajar en el telar. Era dura. Si hacía travesuras o no cumplía las tareas me cocía a talegazos. Pero también era buena. A veces me preparaba un mi atole, un mi dulce de leche, o un mi chuchito. Por las tardes me contaba historias, leyendas de cómo fue creado el mundo y las personas y el cielo y las montañas y los animales. Me explicó porque el maíz lo comemos: porque somos personas hechas con maíz. Por eso hay que trabajar la tierra. Y darle ofrenda. Y gracias por la cosecha. Agradecer a los dioses: al viento, al lluvia, al tierra, al fuego. Todo eso me enseñó mi abuela. Pero lo más importante que me dijo fue: ¡jamás humillar, jamás ser humillada! Un día cuando regresé de pastorear mi abuela estaba tiesa como un árbol y con los ojos quietos, mirando nada, puro vacío. Yo no conocía la muerte pues ni a mis papás los conocí. No sabía qué decir. ¡Ma! ¡Ma! ¡Ma! Y Nada. No contestaba. Sólo el viento chiflaba. Y las nubes pasaban. Lloré mucho. Pero luego me levanté y la abracé y acaricié su cara llena de surcos. Arrugas como las de los árboles. Y también arrugas como surcos de la milpa. Y el color de su piel como el color de la tierra cuando llueve. Y sus ojos tan bonitos como el agua del río cuando va profunda y clarita. Y su pelito blanco como la espuma de la cascada. O como las nubes. Entonces mi abuela me confío en silencio que ella era la tierra. Que no había muerto. Que sólo iba a cambiar de forma. Y un calor me recorrió entera. Cabal. Sentí mucha paz. Y no lloré más. Y fui a avisar a todos en la aldea que mi abuela estaba muerta. Fue enterrada. Me fui con mi tío Everardo a la ciudad Capital. Y aprendí poco a poco a hablar la castilla. Iba con mi tío a vender maní a las calles. Y crecí. Cuando tenía dieciséis me abordó un joven. Me compró maní. Y preguntó mi nombre. No dije nada. Me fui corriendo. No sé. Sentí pena y miedo y emoción. Otro día el mismo joven me llamó. Bajé los ojos. Me acerqué y dije: cuántas manías. El joven compró. Y preguntó otra vez mi nombre. Elisa, dije avergonzada. Y así y así. Me buscaba hasta que me enamoró y fuimos novios a escondidas de mi tío. Es que había un problema. Él era chanche. Era blanco, pues. Y mi tío desconfiaba de los canches. Me hubiera prohibido verlo. Así que todo fue clandestino. A escondida. Pedro se llamaba.  Era muy bueno conmigo y no como muchos canches que son racistas. Estudiaba en la universidad. Y siempre decía que un día íbamos a liberar el pueblo. Que nunca nadie más nos humillaría.  Cuando dijo eso recordé las palabras de mi abuela: jamás humillar, jamás ser humillada. Allí supe que lo amaba a Pedro. Él me enseñó a leer y escribir. Pero a veces era raro, se iba sin avisar, o no llegaba a nuestra cita, o la cancelaba. Empecé a dudar, a ponerme triste. Un día me dejó una carta diciendo que iba a hacer revolución y cuando ganáramos la guerra nos casaríamos y podríamos tener nuestros patojos. Quedé confundida y pensé que me había engañado. Pero no. Aunque no lo volví a ver un día me enteré que cayó con bala del ejército. Lo vi su foto en el periódico. Era parte del Ejército Guerrillero de los Pobres. Y ahora estaba muerto. En la foto vi que su mirada era la misma o casi la misma de mi abuela. Perdida en vacío. Pero llena de claridad: como cuando amanece el alba. Le habían disparado en su corazón. Lo lloré varias horas. La muerte. Esa muerte. Después me hice fuerte y me dije que sólo había cambiado de forma, como mi abuela. Pero no dejé de llorar. Me dolía que ponían que era terrorista. Que era malo. Yo sabía que no. Aunque no me gustaba que anduviera con fusil.  Ese día hubiera preferido no saber leer. Tiempo después se firmó la paz con el gobierno y la guerrilla. Pero veinte años después yo digo: ¿Cuál paz? Si nos siguen exterminando de hambre y de frío. Si vienen los millonarios empresas extranjeras y ponen sus minerías y sus hidroeléctricas. Contaminan nuestro suelo y nuestros ríos. Enfermamos de cáncer. ¿Eso no es guerra? Se llevan la madera, el mineral, el agua. Mueren los animales. No están respetando nada. Todo para ganar más plata, más dinero, más pisto. ¿Quién es más terrorista? ¿Yo pregunto si cuando todo lo que fue creado se acabe ellos van a comer la plata?

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