El cuarto donde paso el día, si tengo suerte, es con luz fluorescente, con sillas de plástico duro. Tiene un recordatorio en la pared recordando la importancia de la limpieza de manos. Al menos que mis amigos se ofrezcan a acompañarme, generalmente estoy sola.

En el lado opuesto, una familia se reúne: un hombre en sus 60, como yo, y cuatro jóvenes alrededor de la edad de mis hijos. Ellos están abstraídos en una charla amena sobre sus trabajos y los Red Sox. Por mi parte, no me siento como para hablarle con alguien.

Llegué un poco después de las 6 a.m., después de besar a mi esposo antes de que entrara al quirófano. Se espera que la cirugía dure 12 horas, alrededor de la tercera hora, el cirujano llegará a la zona del abdomen de Jim donde podrá ver el tumor, conocido por nosotros como una zona gris inofensiva en el escáner de Jim. A veces ,este momento es cuando el cirujano descubre que el tumor no es operable, en tal caso, suturarán y me dirán “lo intentamos”.

El tumor en cuestión (no me permito decirle el tumor de Jim, no quiero que tenga un sentido de pertenencia) es de 2.5 centímetros de diámetro y se localiza en la parte superior del páncreas de Jim. Para que mi esposo sobreviva, para tener una posibilidad de que sobreviva, el tumor debe extirparse.

La operación intentará remover una parte del páncreas, la vesícula biliar, el duodeno y parte del intestino y estómago. “Imagínate destripar a un pez” le dijo Jim, pescador de anzuelo, a un amigo, “así es la idea”.

Es raro decir que una persona tiene suerte por tener una operación de este tipo, pero Jim y yo nos sentimos con suerte. Hace siete meses, cuando fuimos al doctor, anticipando cálculos biliares, descubrimos que el tumor era prácticamente inoperable.

Hay una cirugía que te podría dar una posibilidad, nos dijo el doctor de Jim. (Una posibilidad, sólo eso, sin embargo, esa posibilidad lo era todo. La llaman el procedimiento de Whipple, o duodenopancreatectomía.

Desde ese momento, nos enfocamos en encoger el tumor hasta que Jim pudiera hacerse el Whipple. Después de ocho rondas de quimioterapia y dos de radiación, el día había llegado.

 

El procedimiento de Whipple es una cirugía brutal aun en las mejores circunstancias.“Lo mejor” es una extraña frase para usarla cuando se discute sobre un tipo de cáncer con un rango de dos años de supervivencia de un 5%.

No lo busquen en google, nos dijeron el primer día, pero lo hicimos.

El día que nos enteramos, solamente habían pasado 15 meses desde nuestra boda en New Hampshire. Disfrutamos con la familia e hijos reunidos, fuegos artificiales y una banda que nos acompañó cuando hicimos un dueto de un canción de John Prine . Hablábamos sobre los viajes que haríamos y los olivos que plantaríamos. Ambos habíamos estado divorciados por casi 25 años. Nos decía cuánta suerte teníamos de habernos encontrado en esta etapa.

Ahora, la suerte significa tener esta operación. En cuatro horas, la suerte significará obtener una llamada de la enfermera que me diga: “Alcanzaron el tumor y lo va a extirpar”.

Tengo un libro, pero sigo leyendo la misma oración. Del lado opuesto del cuarto, el padre y los cuatro jóvenes están desenvolviendo sandwiches y riendo. Los de veintitantos están contando historias simpáticas de su madre. Sin contar el decoro del lugar, se podría pensar que están disfrutando de una reunión familiar.

Mis hijos y los de Jim no están cerca. Estoy a 5,000 km lejos de casa. En estas terribles semanas después del diagnosis, viví con un teléfono en cada oreja, llamando a hospitales y buscando tratamientos que pudieran ofrecer lo que el primer doctor no pudo: la posibilidad de un futuro. Cuando un programa parecía prometedor, nos subíamos a un avión. Fue en esta ciudad, en este hospital, donde encontramos a un cirujano que me dijo: “Creo que puedo extirpar el tumor de tu esposo”.

Hace 18 horas que marcamos este momento como un día de juego en el Fenway Park, después celebraríamos con los Red Sox con vino y Ostiones y un martini por cada uno. Jim compró una gorra. Calvo por muchos meses, su pelo estaba de regreso. Estaba flaco, pero atractivo.

Hace dos años, Jim me propuso matrimonio en la terraza de su casa en Oakland, California, mientras tomábamos martinis y un plato de ostiones. No muy buen mentiroso, me señaló un ostión en particular y me sugirió que lo probara. Atorado dentro de la concha había un anillo de diamantes.

 

Estuve soltera durante 24 años. Solo poner ese anillo en mi dedo fue raro, casi vergonzoso, también sería difícil referirme a él como “mi esposo” o referirme a mí misma como la esposa de Jim. Para mi, el matrimonio significaba problemas, fracasos, dolor. ¿Por qué arriesgarse otra vez? Pero lo hice. Compramos una casa. Hicimos grandes planes. Y vino el diagnosis.

Creo que fue en ese momento (no el día de nuestra boda) cuando las palabras esposa y esposo entraron en mi vocabulario. La primera vez que pude decirlas sin extrañeza. Se introdujeron en mi discurso durante las semanas y meses que pasé navegando en el mundo del tratamiento contra el cáncer, buscando un pedazo de esperanza en un mar de problemas: experimentos medicinales, inmunoterapia o dietas extremas.

Mandé por correos exprés los estudios a laboratorios tan lejos como Alemania, y cuando nos decían que la cita estaba programada dentro de tres meses tenía que responder: “Mi esposo necesita ver al doctor ahora”.

Mi esposo. En algún momento, me di cuenta que ya no hablaba como el tratamiento de Jim o el estudio de Jim. Decía: “tendremos la quimioterapia Folfirinox”, “tendremos la radiación CyberKnife”.Y ahora, “Encogimos el tumor en un 50%. Tendremos la operación.”

Años después de mi divorcio, me consideraba una sola persona autosuficiente. Pero esperaba un gran romance, y con Jim lo encontré. El verano después de que nos conocimos, vimos un convertible Chrysler LeBaron de 1982 en los clasificados de Maine y la compramos, volamos a California para recogerlo. Por primera vez en 38 años de práctica de la abogacía, Jim tomó vacaciones durante el verano. Pusimos 4,000 millas en el convertible, gran parte en las carreteras de New England. Comimos langosta, bailamos y platicamos sobre cruzar el país en la motocicleta de Jim.

Ali MacGraw y Ryan O´Neal pudieron mostrarlo de otra forma, sin embargo, el cáncer no tiene nada de romántico. Jim fue siempre un hombre esbelto y ahora pesaba 15 kg menos. Siempre admiré la manera en que se vestía, conservadora pero a la moda. Ahora, utiliza su traje como David Byrne en el video de nuestra juventud Taling Heads. Cuando parecía que una recurrente infección C. Diff podría matarlo (había perdido 49 kg y seguía bajando), lo persuadí de hacerse un transplante fecal. Donador: yo.

 

Toca el bajo desde los 13 años, todo un chico rock´n´roll (también un Eagle Scout, cosa que amaba de él). Mientras la quimio lo consumía y su triunfo se volvía polvo, parecía que era importante seguir tocando, por lo que hice una paella para toda la banda y sus esposas. Sin embargo, la mañana de la fiesta, la quicio arrasó con su sistema nervioso dejando el pulgar entumecido, incapaz de tocar. Esa noche, mientras estaba en la terraza de nuestro jardín, tiré tres kilogramos de mariscos. Nada de rock´n´roll ese día, o esa temporada, o la que le siguió.

 

En la sala de espera, la familia trajo comida para cenar. Estaban abriendo sus envases cuando una mujer se acercó, queriendo hablar con el padre con una mano en su hombro. La hija se apoyaba en el hijo, me percaté que los otros dos podrían ser sus parejas. De pronto, todo el lugar giró. La comida cayó al suelo. El padre se sentó con las manos en la nuca mientras negaba con la cabeza, los hijos lloraban y se lamentaban. Alguien se levantó, se tambaleó y cayó al suelo. Todos se apresuraron para salir dejando los envases y comida olvidados.

El final de la vida como la conocemos puede suceder tan rápido. También, el tiempo puede extenderse tanto que un minuto parece interminable.

Es casi medianoche cuando el cirujano llamó me dijo “este es el procedimiento Whipple más complicado que he realizado”. Extirparon el tumor y tomaron 38 ganglios linfáticos. Serán algunos días más de espera por el resultado de patología, pero las cosas se ven bien.

En la sala de recuperación encontré a Jim recostado en una cama. Ha cambiado mucho desde que le conocí, hace cuatro años, en una cita de match.com en un restaurante de Marin County, Calif. Durante la cual esperé a que sugiriera que ordenáramos algo, pero nunca lo hizo. Después, explicó, “solamente estaba tan impresionado por ti que lo olvidé.”

Hay tubos que salen de él. Sus ojos están cerrados y su boca está abierta. Se ve 100 año mayor, pero está vivo.

“Soy su esposa,” le dije a la enfermera, y tomé mi lugar a lado de la cama. 

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