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No es necesario añadir nada sobre la mala fama que arrastra la adicción al alcohol: que si embrutece los sentidos; que si pasada la euforia risueña despierta la ira o la bilis negra;  que si provoca accidentes; que si destruye relaciones, que si merma la salud, etcétera, etcétera. 
Y sí, la verdad es que no hay nada qué alegar en este sentido. El alcohol no es algo que sume al bienestar del bebedor empedernido ni a su entorno, más bien lo consume directa o indirectamente. Por eso es que ni en sentido prosaico ni poético me interesa escribir una apología sobre el alcohol ni un panfleto a su favor.
Aunque, por otro lado, encuentro que la moralina y la regañina que a menudo se desparrama contra los borrachos está llena de paja, prejuicio y visión estrecha sobre su condición existencial. Antes de intentar comprender o saber si quiera qué suma de pequeñas o grandes negaciones lo llevó hasta allí (hasta la inmersión cotidiana en la ebriedad) se le castiga socialmente con el estigma, con la burla o el rechazo. 
Para la sociedad – ya sea de forma abierta o velada- el briago es considerado a priori alguien réprobo, ridículo, indigno. Contra esto último es contra lo que sería interesante discutir.Esta inquietud me surge porque en mi paso por esta vida he conocido –personalmente- briagos extraordinariamente buenos. Qué quiero decir con “bueno”, palabra harto misteriosa y hasta sospechosa en estos días llenos de profetas, predicadores y gurús. Intentaré explicarme: alguien me parece bueno cuando está dispuesto a  coexistir, a compartir, a escuchar (oír hablar al otro y sopesar respetuosamente sus opiniones), a apreciar la belleza, a reír. He conocido briagos de esta clase. Individuos con un alto sentido de la amistad y la fraternidad. Del respeto. Del humor. De nuestra humana fragilidad. De la humildad. De la justicia. Del cariño. Del amor. Incluso del bien común.Desde niño me llamó la atención el mundo de los borrachos. No porque yo quisiera imitarlos o ser como ellos. Sino por las cosas que escuchaba que decían. La honestidad con la que las decían. El humor, a la vez corrosivo e infantil, con el que las decían.  Me pregunto entonces porqué la sociedad castiga a los etílicos con el escarnio y el abandono. Con la mofa. Por qué una sociedad que tolera, permite y colabora con la venta y la distribución legal del alcohol trata así a sus consumidores más extremistas. Por qué una sociedad fundada en buena medida, en gran medida (para ser más exacto), sobre el comercio del alcohol, condena tan férreamente a los alcohólicos  ¿No se percibe hasta ahora un claro aroma a hipocresía? Y sin que venga mucho a cuento  me aventuro a plantear una hipótesis: un sentido u otro, todos somos briagos.
Continua…   
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