Tengo claro que Lilia era feliz, lo puedo ver en sus viejas fotos que aunque de fino papel el tiempo terminó por teñirlas de amarillo, al mirarlas es fácil regresar en el tiempo y poder verla jugando con su papá, ese señor de sombrero que va empujando su triciclo con una sonrisa de oreja a oreja, ella ha de tener cuatro o cinco años, se le ve feliz y emocionada en ese momento capturado por su madre, lo dice al reverso del retrato: recuerdo de semana santa en el Jardín de la Parroquia del Sagrado Corazón, 29 de Marzo, 1967, con una firma en manuscrita de doña Martha, su madre, quien solo aparece ocasionalmente en las fotografías y se podría describir como una señora con un aspecto impecable.
Me costaba trabajo creer cuánto había cambiado Lilia, para que se entienda un poco les puedo decir que la Lilia de ahora es fría, y el simple hecho de que hubiera aceptado platicar conmigo me dio un poco de esperanza para poder entenderla, pasaron un par de tazas de café mientras hablábamos del trabajo y logré obtener un poco de su confianza le pregunté cómo fue que todo cambió, que ella cambió…-¿De verdad quieres saber lo que me pasó? ¿Hasta cuándo van a dejar de juzgarme?…
Me levanté del sillón de su sala y le pregunté si podía poner algo de música, pensando en que tal vez algo de Schubert la calmaría un poco, al menos a mí me funcionaba al conducir el carro en las horas pico.
-Tranquila -le dije con voz suave -a ver siéntate aquí y relájate, nadie te está juzgando, en la vida todo mundo tiene derecho a equivocarse pero sobre todo a reivindicar sus actos, es decir, ni siquiera hay que demostrar nada, reivindicar es un decir; esto es en tal caso que te importe lo que digan los demás y además ¿Quién soy yo para juzgar a alguien si al final de cuentas tal vez yo he hecho cosas peores?…
En ese momento descubrí que tal vez el que buscaba entender cuanto había cambiado era yo mismo, fue como una patada en el estómago en cámara lenta.
– Pues en casa siempre pareció que no…
Llegué a León hace ya 38 años, cuando tenía 15 me vi forzada a abandonar la casa y mi pueblo, antes de eso vivía con mis dos hermanas mayores, Claudia, la grande y María la de en medio, todo ocurrió muy rápido y se desencadenó con el fallecimiento de mis padres, fue como una ola de desgracias. Claudia se fue a arreglar unos asuntos a la capital, el fallecimiento de mis padres era muy reciente y ella aún nos estaba tramitando algunos pendientes… y al final de cuentas ella nunca trató a Alberto como debía tratarlo yo.
-Es decir, ¿Su esposo y tú tuvieron un romance?
-Cállate, ella no lo cuidaba como se debe cuidar a un marido, aunque al final lo que más me dolió fue que él me haya culpado de todo y nadie me dio el derecho de manifestar mi lado de la historia, y claro, mi hermana estaba ciegamente enamorada, el único que me hubiera apoyado era mi papá, pero ese era un dolor extra con el que tenía que cargar, cuando él y mi madre tuvieron aquel fatal accidente yo me sentí destrozada, creí que Alberto me protegería pero fue un error que aún sigo pagando, por otra parte si mi madre siguiera en esos momentos con vida, ni siquiera hubiera podido salir viva de la casa, dale gracias a dios de que no la conociste, era la persona más fría y dura que he conocido, nada que ver con mi padre, quisiera cambiar de tema porque eso sí que me pone triste.
Llegó un momento en el que la plática cambió a un sentido positivo, hablábamos de cosas graciosas que ocurren en el trabajo y de un momento a otro cambiamos el café por una copa de vino, le di las gracias por confiar en mí, me sentí como un psicólogo innato no como ella que es Lic. en Psicología, y siendo así cualquiera pensaría que no tiene traumas…
-Gracias por escucharme… -me dijo ella con una voz cambiada, mucho más suave que cuando llegamos a su departamento -creo que necesitaba contarle esto a alguien y qué mejor persona que tú, en el fondo creo que siempre sentí esa confianza contigo pero el miedo y el rencor hacia los hombres nunca me lo hubieran permitido si tú no te hubieras acercado primero, ¿Cómo puedo agradecerte?
-No tienes nada qué agradecerme, creo que ahora puedes considerarme tu amigo.
-A mí me gustaría ser más que tu amiga.
-Sabes que eso no es posible, soy un hombre casado.
-Ja, ja, ja, lo mismo decía Alberto.
Sergio Quintero es Socio Académico en la Academia Guanajuatense de Literatura Moderna. Si tú escribes o eres historiador, la academia es para ti.