Si pensáramos en nuestra educación para la vida como pensamos la educación escolar, entonces tendríamos que ver todo aquello que no hemos aprendido para vivir mejor y para desarrollarnos a plenitud, como materias pendientes por cursar y por aprobar. Esta analogía referente a nuestros déficits de aprendizaje vital desafía nuestra creencia de que ya sabemos lo que necesitamos saber, y nos saca de esa zona de confort narcisista, de esa autocomplacencia con nuestro desarrollo actual como personas, como integrantes de una familia y de una sociedad. Para ilustrar la forma en que nuestros puntos ciegos deforman nuestra autoimagen como aprendices de la vida, pensemos en temas como qué tan empáticamente nos conducimos ante los demás, o qué tan asertivos somos con nuestra pareja, o que tan ajustada a la realidad es nuestra percepción de los hechos políticos. Si somos sinceros, veremos que tenemos muchas cosas muy importantes por aprender para vivir mejor, y que lo que sería muy deseable que aprendiéramos podría ser pensado con otra analogía: como el plan de estudios, como el plan de aprendizajes para la vida que toda persona debiera cursar. Esto supondría incluir, siguiendo la analogía con los planes de estudio escolares, materias para la vida como educación para el consumo inteligente, educación para el manejo estratégico de nuestras finanzas personales, educación para relaciones sanas de pareja, educación para relaciones familiares cohesionadoras, educación para la recepción crítica de medios, etc. Además, habría materias transversales como educación para la comunicación, educación para la resolución de conflictos, educación para la creatividad, educación para el pensamiento crítico, y otras más que permitirían desarrollar, de manera básica pero suficiente, el conjunto de habilidades para la vida que garantizara un mayor bienestar personal y social. Cabe mencionar que algunas de las materias para la vida anteriores son, en parte, cubiertas por estudios profesionales como, por ejemplo, las licenciaturas en comunicología manejan la educación para la comunicación, pero lo hacen como parte de una competencia profesional y para ser ejercida en contextos laborales, pero no se ocupan de los aspectos comunicativos familiares, de pareja y de vida social que corresponden a la educación para la vida. Por otra parte, estos temas y materias de la educación para la vida a veces son enseñados por familiares o amigos en situaciones informales y poco sistemáticas, y otras veces forman parte de las ofertas de conferencistas y talleristas que, de manera un poco más organizada, se ocupan de ese currículum para la vida, aunque no existe ni un plan sistemático de educación para la vida, ni un cuerpo de educadores permanentes que se ocuparan de impartir, de cabo a rabo, todos esos rudimentos elementales para lidiar con la vida. Este hecho motiva a pensar en la necesidad de que, como parte del ejercicio del gasto público educativo, se contrataran suficientes educadores sociales, interventores educativos habilitados que realizaran estas tareas de manera profesional. Y mientras eso sucede, los pocos que nos ocupamos de ello debemos continuar haciéndolo y formando más educadores sociales para, de este modo, lograr que haya menos gente con materias para la vida pendientes.
Nuestras materias pendientes
Lo que importa