Uno
“Es solo un trabajo. La hierba crece, los pájaros vuelan, las olas acarician la arena… Yo me peleo en un ring”.
Muhammad Ali.
A la familia Liceo, Tijeras y Antonio
Dos palomas volando al ras de la calle de asfalto pasan planeando por la calle Fray Marcos de Niza, un par de moscas andan girando alrededor de la mesa en donde intento concentrarme para recibir señales; súbitamente, permanece quieto el ambiente. El sol cubierto por las nubes, permite a los escasos caminantes que persisten, andar sin agobiarse por los pasillos de algunas calles ambiguas. Otra vez una de esas moscas permanece en la mesa, fija, con una postura de aparente combate, se mueve a la esquina, pareciera que me observa con su poliédrica mirada. Yo sigo meditando, ¿Cómo empiezo un escrito del gran Ali?, y el sol empieza a desnudar las nubes y a cubrir las calles de matices amarillos, el espacio, con una serie de rayos solares radiantes, intensos, fuertes y rabiosos. Otra ave grisácea pasa volando sobre mi cabeza. Súbitamente algo empieza a cubrirse de un ambiente místico y simbólico. El Gran Ali, tan solo nombrarlo genera energía combativa, gritan los pájaros, entra una palomilla mariposa y se posa en la pared izquierda. Cuando Ali se subía al cuadrilátero, volaba, su salto es una respiración de pájaros agitados guerreros, mariposas salvajes, cantos furiosos, dignidad en cada jab y combinación.
El pugilismo no es solo un simple deporte combativo, ni es una manifestación de la estúpida violencia sin ton ni son, o un simple encuentro de dos salvajes dándose en su madre. El Gran Ali nos enseño a todos y todas a observar el fenómeno del box como un elemento estético, digno, complejo, político, histórico, estratégico y tierno. Afuera del ring Mohamed Ali combatía a sus adversarios, la mayoría de ellos huían de su tierna, intensa y potente presencia, no podían soportar tanta verdad y poesía en un cuerpo ancho de mino tauro salvaje y un espíritu intenso de ave fénix en búsqueda de su propia verdad. A Ali le agradaba hablar, dialogar, arrogar retos, burlarse dignamente de sus adversarios, asumiendo las consecuencias de sus actos hasta el último instante de su brillante, original y autentica existencia.
Vamos a extrañar a Ali, por supuesto que sí. En un “dizque” y real mundo capitalista salvaje, donde el pugilismo se ha tornado en un negocio oscuro, turbio y falso. Ali seguirá siendo un ejemplo digno de lo que es volar, boxear, reír, danzar y asumir las consecuencias hasta el último latido de su gloriosa existencia. Vergüenza les debería de a “dizque” púgiles como Canelo Álvarez, “Golden Boy”, Oscar de la Hoya y Floyd Mayweather hablar sobre el Gran Ali, que ellos se dediquen a sus sucios y corruptos negocios y se olviden del Gran Ali.
No solo el mundo del box ha perdido a una gran persona y a un excéntrico, colérico y poético boxeador.
Te vamos a extrañar Ali. Mientras escribo esta señal, otro pájaro negro pasa por arriba de mi insignificante cabeza.