Todo es una mancha fugaz. Quien se quede atrapado en el pasado está perdido. Quien esté obsesionado con el futuro, también. El presente. Sólo nos queda el presente. Y de éste podemos hacer un campo florido, un edén, o un infierno. Cada quien decide donde quiere vivir. Y no me refiero al espacio físico ni a las circunstancias ni a los problemas cotidianos. Esos se seguirán presentando. Quien elija el paraíso habrá de recurrir al arte de convertir las dificultades en acertijos que le plantee su propia existencia, en instantes de un juego complejo que hay que resolver de la forma más bella y digna. Cada quien según sus circunstancias. Se trata de elevar la vibración para ser dignos herederos del sol. Sin competencias. Esto no es una carrera a ver qué chango se gana un trofeo. Arder y fracasar. Ese es el tema. Pero arder y fracasar con dignidad. Arder alegre e imperturbablemente bajo las llamas del sabio Tatewari. Para que hacer que vuelva a girar la rueda de luz cósmica, y que renazca la flor.  

   Esto cada vez irá más y más rápido. La tierra se irá depurando. Como aquella perra que, de un momento a otro despierta de un profundo letargo y se sacude las pulgas. Pulga que no esté conectada con su perra, adiós pulga. No queda mucho tiempo. El arte debe ser para todos y de todos. Al carajo las elites y los especialistas. Tampoco podemos seguir llamando amor a relaciones podridas. Llenas de celos y sentimientos bajos y posesivos. El amor es una vibración universal inconmensurable, de gratitud a la vida, a la lluvia, a las hormigas, a los vagabundos, a lo bello y lo feo por igual, a lo incomprensible. ¿Y la política? La política y los políticos electoreros, como los dinosaurios, ya se extinguieron. Lo que vemos en la tv y los diarios es la pura sombra de payasos, bufones, botargas inútiles. Y a nadie hacen reír. 

 ¡Antenas! ¡Tecnología milenaria! ¡El maíz, el cacao, el maguey! ¡La amistad! ¡La alegría de los niños! ¡Eso es lo real!

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