Al gran Poeta y Guerrero, Víctor Iván Chong, con respeto y simpatía…

Celebro la amistad de todo aquel que sea capaz de arrancarme de golpe de la comodidad. Casi nadie acepta que le arrebaten su comodidad. Se toma como una afrenta, una ofensa, un agravio. Una falta de respeto. Un insulto imperdonable. Yo todavía celebro que alguien se tome la molestia de sacudirme, sin importar sus motivos. Y lo puedo agradecer.

El homo sapiens, con su candorosa capacidad para evadirse, puede aceptar que los supermercados le vendan veneno en lugar de alimentos, que le roben su energía vital en trabajos enajenantes, incluso puede aceptar que la mercadotecnia diseñe su vida de una forma miserable. Pero aceptar perder su pequeño espacio de comodidad. No, no, no. Eso sí que no.

Afortunadamente desde hace mucho tiempo comprendí que nada me pertenece. No soy dueño de nada ni tengo un espacio que pueda llamar mío. Siendo un niño de cuatro o cinco años comprendí que ni siquiera me llamo Iván y que mis días en este planeta están contados. Todos los días de mi vida intento recordarlo. 

Celebro poder salir de cualquier situación con la paz y la alegría de enfrentarme a mí mismo. Conforme me hago más ruco celebro poder llevar conmigo la felicidad y la dignidad de ser nadie ni pretender serlo. Celebro la ligereza que tengo para caminar donde sea, a la hora que sea, con el alma dispuesta y feliz, para compartir con quien se atraviese en el camino y esté en la misma frecuencia. 

   Agradezco y celebro la dificultad de mis caminos.

   Las cosas fáciles siempre me hicieron bostezar.

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