“Me drogué por ti…
más que aquellos que te importan
que se supone que tengo que hacer?
Quítalo, de todas formas nunca lo tuve
Quítalo y todo estará bien”
Red Hot Chili Peppers.
A la feminidad
Todos desaparecen de esta ciudad, ni los vagos recuerdos quedan, la memoria obtusa, girando sin camino. El olvido, voy por ese sendero recorriendo calles abandonadas, terrenos infértiles que me suscitan un goce extremo, el deleite de aquel que se queda en la locura irremediable de descifrar el vuelo de las moscas, el absurdo de todas las mañanas, el indescifrable camino de las nubes.
Me subo a una montaña imaginaria y no observo absolutamente nada, todo está seco, parajes blancos, fondos amarillos, una sed inmensa recorre la piel de las rocas. Y siento una calma inmensa en ese terreno infértil, desecho, roto, olvidado.
Me pregunto por el mar, no sé si en algún momento existió el agua, la humedad, el calor de una planta, el lago que pasa por tus piernas. Observo cráteres resecos, como si la piel se hubiese escondido en el vacío, en una nada que sale todas las noches a pasear por las veredas de la podredumbre.
Escucho un presentimiento, el oído de una antena lunar blanquecina transmite sonidos ondulares. No sé si aquí, en donde me encuentro ahora mismo, hubo músicos, no tengo ni una remota idea, no hay evidencias, rastros e indicios, toda ha desaparecido, o quizá, nunca ha existido nada. Estoy en una extinción de todo. No lo puedo negar, es gozoso quedarse sin las memorias de esas ruinas que ves.
Observo detalladamente el cielo, no sé de qué color es, ¿en algún momento existió el color, la textura, el detalle, el equilibrio de las manchas y las líneas? Preferiría callar, no desear absolutamente nada, solo callar y evitar el misterioso delirio de las palabras. Callar sin memorias, en un vacío que se vaya asemejando cada vez a la nada.
Observo minuciosamente el cielo, pájaros en llamas caen en tu cama.
Pájaros que se levantan y se vuelven a caer.