“Aunque los amantes se pierdan el amor no”.
Dylan Thomas   

El número 99 del equipo de Villa Ahumada llegó a ocupar la posición de short stop, parador en corto. Tuvo una temporada brillante, por ahí difícilmente pasaba la bola de lix, Freud llego a ser el mejor jugador defensivo de toda la liga, no tenía oponente en esa posición, lo escogieron para ir a los estatales y fue fulminante. Se fue a los nacionales, panamericanos y tuvo una participación bastante lucida, sigilosa y primorosa. Freud era tranquilo, casi no salía de parranda, ni con las lindas mujeres que se les presentaban cotidianamente a los peloteros de esa categoría. Freud era un bicho raro para casi todos sus compañeros beisbolistas, solo tenía una tercia de amigos fieles y dispuestos a rajarse el físico por él; sus compas eran  el aguador que lo llamaban ‘el popo’, el que limpiaba los vestidores que tenía el nombre subterráneo de ‘Él come chiles’ y el tercera base, un fulano medio perdido y distorsionado que se llamaba Teporaca, su glorioso apodo era el ‘Suck my dick’. Los tres y Freud eran unos personajes sacados del antiguo testamento, o de un texto perdido del Mar Muerto.
Freud se cansó de ese ambiente varonil, competitivo y banal de la mayoría de sus compañeros peloteros. Súbitamente empezó a rechazar la mayoría de las reglas dogmáticas e impositivas de los jefes de la tribu del béisbol llanero. Llego a discutir con ellos, los encaró con argumentos filosóficos y empezó a revelarse mostrando una actitud demoledora, retadora, burlona y picara. Empezó a subir su nivel de juego, y pasó lo increíble, se dio cuenta que también era un excelente bateador de imparables y hits, con lo cual, podía impulsar carreras hasta la antesala de la cuarta almohadilla. Llegaron las ofertas para jugar en las grandes ligas de los Estados Unidos de Norte América, tuvo varias propuestas, lo querían fichar en los equipos de tradición, Los Yankees de Nueva York, Los Ángeles Dodgers, Los Gigantes de San Francisco y Los Medias Rojas de Boston le tenían ofertas muy jugosas y redituables económicamente al joven Freud. Valoró las ofertas, las estudió y tomó su propia decisión, hablar directamente con David Stearns, el manager general de los Cerveceros de Milwaukee, su fichaje pasó inadvertido, le ofrecieron una migaja económica, comparada con el contrato que le ofrecían los grandes equipos de tradición e instinto vencedor en las grandes ligas. Cuando a Freud le preguntaban, porque elegiste ese equipo de medios chiles, él soltaba una soberana carcajada y contestaba: A mí me fascina la cerveza, por eso.
Jugo con dignidad, como short stop, parador en corto, y en la caja de bateo tenía la mejor y fina muñeca para impulsar carreras a la inicial, el problema era el equipo, era débil, se entregaba ante los equipos de mayor categoría y casta. Freud, no se inmutaba, el hacia su chamba, se esforzaba, no se achicaba ante el bateo de los peloteros de altos vuelos. Conoció el fracaso, pero no se entregaba, mostraba carácter y decisión. Lo quisieron llevar a otros equipos y no se dejó convencer por las ofertas económicamente jugosas de los grandes equipos. Con los cerveceros de Milwaukee conservaba el número 99, con su brilloso apellido atrás de la casaca, Freud.
Algo había modificado en ese talentoso muchacho, ahora si visitaba las barras de todo Milwaukee, los prostíbulos y los casinos clandestinos. Eran su catedral, empezó a faltar a los ensayos, pero lo que lo mantenía en el equipo es que no bajaba su rendimiento, en los juegos era el mejor. Pero afuera, se comportaba como todo un buscador de tesoros perdidos.
Un día de otoño, su progenitora Juana María García T, lo fue a buscar a Milwaukee, no lo encontró en estadio de béisbol. Le dijeron que el solía ir a una famosa barra del centro de la ciudad que se llamaba: Dreams of Shrimps…
Continuará…

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