A finales de esta semana el mundo católico celebrará la Transfiguración del Señor Jesús Cristo. La transfiguración de Jesús, es un evento narrado en los evangelios sinópticos según san Mateo, san Marcos y san Lucas, en el que Jesús se transfigura (o metamorfosea) y se vuelve radiante en gloria divina sobre una montaña.

La transfiguración es el estado de las personas cuya apariencia y naturaleza cambian temporariamente —o sea, que son elevadas a un nivel espiritual más alto— a fin de que puedan soportar la presencia y la gloria de seres celestiales.

En estos pasajes, Jesús y tres de sus apóstoles, Pedro, Santiago y Juan se dirigen a una montaña, Monte Tabor (Monte de la Transfiguración) a orar. En la montaña, Jesús empieza a brillar con rayos brillantes de luz. Entonces los profetas Moisés y Elías aparecen al lado de él y habla con ellos. Entonces Jesús es llamado “Hijo” por una voz en el cielo, que se supone que es Dios Padre, como en el Bautismo de Jesús.

Simbólicamente, la aparición de Moisés y Elías representaba la Ley y los Profetas. Pero la voz de Dios desde el cielo – “¡A Él oíd!” – muestra claramente que la Ley y los Profetas deben cederle el paso a Jesús. Aquel que es el nuevo camino vivo que reemplaza el antiguo; Él es el cumplimiento de la Ley y las incontables profecías en el Antiguo Testamento. También, en Su forma glorificada, ellos vieron un atisbo de Su futura glorificación y entronización como Rey de reyes y Señor de señores.

El hacer mención de este hecho, me hace recordar que uno de mis Maestros me comentó que al encontrarse Jesús en medio de la Ley y los Profetas, se hace una transformación radical indicando que lo más fuerte a partir de ese momento es el amor, la misericordia quedando atrás el “ojo por ojo y diente por diente”. No se trata de tener conductas torpes por poder perdonar o no entrar a la competencia inútil a veces llamadas tontas, sino de hacer un privilegio del perdón, la misericordia y el amor, elementos fundamentales para vivir una verdadera cultura de paz.

Pedro, no sabiendo lo que decía y estando muy asustado, ofreció armar tres enramadas para ellos. Esto es indudablemente una referencia a las enramadas que se utilizaban para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos, cuando los israelitas habitaron en tiendas durante 7 días (Levítico 23:34-42). Pedro estaba expresando su deseo de quedarse en ese lugar. Cuando una nube los envolvió y una voz dijo, “Este es mi Hijo, mi Escogido; a Él oíd.” La nube se levantó, Moisés y Elías desaparecieron y Jesús estaba solo con Sus discípulos, quienes aún estaban muy atemorizados. Jesús les advirtió que no dijeran nada a nadie de lo que habían visto,hasta después de Su resurrección. Las tres narraciones de este evento se encuentran en Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-8, y Lucas 9:28-36.

Aquí también, me indicaba mi Maestro que, es el símbolo de tres casas, tiempos o iglesias simbolizada por la personalidad de cada uno de los discípulos de Jesús: la Iglesia de Pedro o de la piedra en donde está necesariamente la dureza, el dolor y sufrimiento, el Cristo crucificado, y que vendrá otro tiempo considerado como la Iglesia de Juan: la del amor, de la alegría, del Cristo glorificado (ah, cómo me recuerda a ese Cristo que está presidiendo el templo de San Juan Bosco).

Por último vendría la Iglesia de Santiago, de la que me decía que, era del Cristo deificado, aunque todavía no alcanzo a entender suficientemente lo que eso quiere decir, y sobre todo porque ahora, más que nada, me gustaría trabajar para la Iglesia de Juan, la del amor, la que hoy tanto necesitamos en estos tiempos de incertidumbre y confusión. Hago una invitación a toda persona que quiera pertenecer a esta casa para que de pensamiento, obra y determinación hagamos realidad este nuevo tiempo.

Puedo terminar como lo hace el Libro Sagrado: “aquellos que fueron testigos de la transfiguración, testificaron de ello a los otros discípulos y a incontables millones a través de los siglos”.

¡Por la construcción de una cultura de paz!

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