La muerte de Juan Gabriel el “Divo de Juárez” ampliamente informada por los medios de comunicación, dio pábulo a una multitud de comentarios no sólo por los que se dedican en el ámbito periodístico a la reseña de los actos de los artistas mexicanos y extranjeros en nuestro país, sino también por otros que han vertido sus opiniones discrepando de los elogios y homenajes realizados.
Así, inmediatamente después de su muerte, los periódicos, el radio y la televisión nos abrumaron con datos acerca de cómo sucedió ese fallecimiento, pero también todo lo que después se fue realizando en los homenajes y manifestaciones de duelo en los distintos lugares, incluido el Palacio de las Bellas Artes en la capital de la República. Ahí, artistas que habían sido en distintos momentos sus acompañantes en los espectáculos tan característicos de ese personaje, repitieron algunas de las canciones que con él habían interpretado. Otros artistas simplemente se concretaron a cantar alguna de las composiciones de ese cantautor muy conocido y reconocido, aunque nunca lo hubieren apoyado en alguna representación. En fin, en ese homenaje la tristeza por la pérdida de Juan Gabriel, se diluia y por momentos parecía que se trataba de un espectáculo y no del homenaje a una persona muerta. Afuera los noticieros de la televisión hacían entrevistas a personas que pretendían imitar lo que en sus apariciones artísticas había hecho el homenajeado. En algunos momentos aquella forma de homenaje por los admiradores lindaba en situaciones de ridículo, disculpable, sin embargo, por el sentimiento que los impulsaba.
Algunos periodistas que se ocuparon de la muerte de Juan Gabriel, muy pocos por cierto, expresaron opiniones que no iban de la mano con todo lo que se dijo en relación a ese personaje, sobre todo en lo que se refiere a su mérito artístico, sin dejar de reconocer el carácter de ídolo de millones de personas de todas las clases sociales en México.
Uno de éstos, el periodista y escritor Nicolás Alvarado publicó un artículo en el que, en síntesis, dice que nunca le ha gustado Juanga y califica las letras de sus canciones en forma desfavorable, pues habla de letristas chambones y torpes, además de una sintaxis forzada y prosodia torturada. Menciona, también, que su rechazo es clasista, que le irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, además de que también señala acerca de la sintaxis de las canciones que son poco literarias e iletradas. En un par de párrafos señala que la circunstancia de disgusto es problema de él y no de aquél, es decir de Juan Gabriel.
Pues, bien, ese artículo que publicó en el periódico Milenio el 30 del pasado mes de agosto causó tal disgusto en las redes sociales que pronto los comentarios en las mismas subieron a las páginas de algunos diarios, pero lo más notable fue que destacaron que en aquel había aspectos de orden discriminatorio en relación a las preferencias sexuales del cantante y que por tanto eran y son insultantes. El resultado de esa especie de linchamiento en las redes sociales fue que el escritor fue obligado, aunque él no lo dice así, a presentar su renuncia como director de TV UNAM, cargo que había venido desempeñando por menos de un año a la fecha de su renuncia.
Por otra parte uno de los tantos organismos que en México se ocupan de hacer valer los derechos humanos, en este caso el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) rápidamente intervino, recriminó al autor del artículo emitiendo medidas cautelares previniéndolo para que no realizara manifestaciones contrarias a la dignidad de las personas y ofreciera una disculpa, además de que se comprometiera para que sus notas periodísticas estuvieran dentro de un marco de respeto a los derechos humanos y que no utilizara lenguaje que pudiera ser considerado discriminatorio.
Estimo que con lo sucedido a este escritor se confirma lo que ya es en México un hecho, esto es, la fuerza de los comentarios en las redes sociales, en los que puede o no haber razón, es tal que ciertamente por su abundancia dañan en muchas ocasiones a los funcionarios no solamente del gobierno sino de otros organismos.
Sorpresa fue que la Universidad Nacional Autónoma de México, que debe suponerse que es un baluarte de discusión de todas las ideas y que por tanto debe imperar en ella la libertad de expresión, haya sido quien tomó una actitud que no puede calificarse sino de censura.
Por otra parte, la actitud de la CONAPRED también es criticable porque parece que no se enteró en realidad del contenido de ese artículo que creo nada tiene que pueda llevar a pensar acerca de una discriminación por el lenguaje empleado ni mucho menos injurioso. Da la impresión que esa Comisión se dejó llevar por la reacción de las redes sociales y sin reflexionar actuó condenando e imponiendo las medidas cautelares comentadas, las que se dice que en estos momentos ya han sido retiradas. Ello no sé si porque se cayó en cuenta que no había tal discriminación ni injurias o porque el escritor se disculpó no del contenido de su artículo, sino porque admite que no era el momento de escribirlo.
Lo sucedido me hace pensar que en México todavía existen quienes piensan que el expresar una opinión negativa, con fundamentos, acerca de otra persona y de sus méritos como artista, escritor, músico, científico o realizador de alguna actividad resulta una forma de discriminación.
No creo necesario expresar si lo que dice Nicolás Alvarado es o no correcto en cuanto a la calificación del artista por el mérito de sus canciones, la interpretación de las mismas y su manera de vestir, pues ello implica una forma de libertad de expresión emitida por quien juzga no las preferencias sexuales de la persona sino su calidad artística y su forma de vestir en el escenario. El escritor expone sus razones y menciona que en todo caso su crítica proviene de su propia formación reconociendo a Juan Gabriel como alguien que ha logrado la atención y el favor de muchas personas hasta el grado de calificarlo como un ídolo y que lo ha llevado, según lo acepta el autor del artículo, a tener un valor icónico que lo hace equiparable al de la Virgen de Guadalupe y también al de Octavio paz.
El asunto merece destacarse porque, como dije antes, nos hace ver el enorme peligro que existe de que quienes están obligados a mantener un punto de equilibrio y de reflexión ante la avalancha de las redes sociales en ciertos asuntos, parece que no lo mantienen y que pronto se dejan llevar por la corriente imperante en tales redes.
En el ámbito de los derechos humanos y sobre todo en el derecho a la crítica, que es parte de la libertad de expresión que todos los seres humanos tenemos para emitir nuestros juicios acerca de ciertos acontecimientos y de personas que son públicas por la actividad que realizan, no se debe alentar la situación de que esas críticas representan aspectos de discriminación cuando van encaminadas a considerar la totalidad de la actividad y no solamente algo personal del sujeto que las realiza. Cuando las críticas son fundadas y del texto y contexto se puede apreciar que su intención es simplemente decir la verdad de quien las emite y se dan razones y fundamentos, no puede ni debe haber censura al respecto.
Ciertos temas que en lo relativo a los derechos humanos no deben abordarse con un criterio de imposición y que éstos, es decir que esos temas ya no pueden ser discutidos ni aun en el ámbito de lo científico, pues fácilmente se puede caer en la adopción de dogmas y modos de interpretación que no sean precisamente los más aceptables y que provienen de otras culturas. Es decir habrá que tener mucho cuidado para no caer en lo que podría llamarse la tiranía de los derechos humanos.