Mi vida a la luz del día me parece algo de lo más elemental. Bajo plena condición de conciencia me veo como un hombre de memoria rudimentaria con hábitos convencionales y predecibles. Pero de noche, entre vendavales del sueño, termino, estimado lector, por pensarme otro sujeto. El detalle no me extraña en demasía, he leído que las gentes, por lo común, necesitan de múltiples facetas vitales para integrar su personalidad y, sin embargo, lo que a veces evoca mi inconsciencia nocturna no me deja totalmente satisfecho. Hubo tiempos pasados en los que lo onírico me presentaba imágenes angustiantes y, yo, fuera todavía de mí, me preguntaba ¿pero qué necesidad tengo de vivir estos episodios noctívagos? y simplemente me despertaba; no obstante, la habilidad desapareció y ahora tengo que soportar muchas pesadillas de principio a fin.
Existe un instituto que ve al sueño como parte integral de la vida cotidiana, una necesidad biológica que permite restablecer las funciones físicas y psicológicas esenciales para un pleno rendimiento. Y, el sueño, sin dejar de ser aún un enigma para la investigación científica, ha pasado a considerarse un estado de conciencia dinámico con actividad cerebral y modificaciones en el funcionamiento del organismo. De lo anterior deduzco que mi antigua y reconfortante práctica de sólo despertar era buena, pero no alcanzaba, ni siquiera, las fronteras del remedio casero.
Con la edad, por razones naturales de atrofia física o mental, van dejando de existir en el terreno personal los proyectos de gran envergadura. En consecuencia las ideas relevantes alojadas en el cerebro del hombre mayor llegan con menor frecuencia hasta la almohada donde su cerebro reposa; por esa razón, se pierde la oportunidad de incorporar el sueño a la productiva tarea de buscar mejores soluciones a los detalles de interés. Más en la mente del que duerme, a falta de cosas importantes, el cerebro llena las áreas libres con aspectos no deseados y, a veces, hasta fantasmagóricos. Para su servidor, es recurrente que en la somnolencia y más allá me encuentre con situaciones que por desconocimiento o abulia no pude resolver bien en su momento, como por ejemplo: no arribar a tiempo a una junta importante del trabajo, no discutir con la objetividad apropiada, no alcanzar el vuelo de un avión indispensable o no defenderme con propiedad de un ataque frontal. Así, de aparecer la situación desde el sopor, ahora me la sufro hasta el tiempo en que ocurra el despuntar del alba. Pienso que esas figuras indeseables de zozobra, a fin de cuentas, se archivaron neurológicamente y por ahí las vengo cargando como penitencia.
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