Apenas leí esto en la pantalla: cerré el computador, agaché la cara mientras llevaba mis manos a la cabeza, entre los dedos pasaban lentamente mis cabellos y por el pensamiento la palabra: “Septiembre”. Reincorporé la vista para toparme con la repisa inundada de recuerdos, desde lejos los analicé uno a uno:
El primero, un pequeño portarretrato obscuro con diminutas conchas marinas: nuestro quinto viaje a la playa, tú en la banana, ¡estás loca! Recuerdo haberte dicho al verte brincando y con los ojos llenos de pánico pero según tu: disfrutando. Sonreí.
Segundo portarretrato: un mediado y bien definido óvalo teñido en marrón decorando la fotografía de tus pies delgados sobre las uvas en los viñedos de Cariñeda, España; vestías de blanco con un broche turquesa recogiendo tu cabello y una pulsera roja bien amarrada al tobillo izquierdo. La pulsera: la promesa de estar en las buenas y en las malas que en su momento nos pareció coherente tras dos cervezas y un cervantino.
Tercer portarretrato: pirotecnia en Stuttgart. Nuestro primer viaje juntos a Alemania presenciando el concurso anual de pirotecnia. República Checa, Portugal y China se diputaban, recuerdo tu fascinación cuando Portugal soltó la primera melodía, ¡Es perfecta!, susurraste. Al siguiente día China; el blanco, rojo, naranja y azul se reflejaban en tus ojos: vidriosos, estupefactos, inquietos e inertes, clavados en cada estruendo. Recuerdo haberme conmovido de verte maravillada, pregunté: ¿te gusta?, respondiste: ¡Es un asco la música!, la pirotecnia es perfecta. ¿Ves esos puntos que se dispersan? Pareciera que tienen vida propia y qué me dices de esa nube roja, ¿Cómo logran que se tiña en degradado el cielo?, pero sigue siendo intragable el sountrack” solté una carcajada y sacudí su cabello.
Quinto portarretrato: un rectángulo en madera cubierto de tela y grabados en color oro, el más sobresaliente de la repisa, es ella, solo ella. Sin un viaje o un paisaje perfecto, sin una pulsera o un viñedo. Solo ella. Sentada en la hamaca del jardín, con unos tenis viejos, los vaqueros y una camisa a cuadros amarrada a su cintura, con el cabello corto y ondulado cubriéndole un sombrero de lo más ordinario en tono camel, recuerdo haber sacado mi cámara al encontrarla y también la recuerdo a ella, con la mirada fija y el ceño fruncido clavado en esas líneas, vacilante con los pies al aire, me acerco, voltea y me ofrece la mejor fotografía, una sonrisa sutil a la par de sus ojos sorprendidos, imponentes, llenos de dulzura al encontrarse con los míos… Sonrío, el gesto me frena en seco (con la misma sensación que se tiene al ducharte con agua helada en Invierno), vuelvo caer en la realidad, miro nuevamente la repisa percibiendo un olor humeante ¡Dejé el café puesto en la estufa!, brinco de un salto y corro, mientras el taxi que pedí hace media hora toca el claxon – ya voy – grito. Esquivo el comedor para apagarlo, maldigo tras haberme chorreado; corro de vuelta al recibidor, tomo el computador siendo este lo único faltante en el equipaje, antes de cerrarlo de reojo vuelvo a leer el e-mail:
“¿Recuerdas el día que tomé mis maletas y emprendí el viaje?, me gritaste que me quedara y di un portazo mientras te decía que no lo entendías. Ahora que volvió la calma me gustaría que supieras que no me fui para estar lejos de ti, sino para estar cerca de mí, necesitaba conocerme, probar otra comida, platicar con otra gente, decir >>bonjour<< mientras sorbo café, estaba en mi zona de confort, tan acostumbrada a tenerte cerca de mí, a no tener problemas porque tú los resolvías. Entendí que a veces, aunque duela, lo más sano es decir adiós, tal vez parte de amar es aprender a dejar ir, ¿cómo vas tú con eso?. En estos meses aprendí francés, visité la catedral de Notre Dame, me tomé fotos con estatuas de mármol en los jardines de Versalles, ahora sé que 286 escalones son los que separan del suelo a la terraza del Arco del Triunfo, sin mencionar la imponente torre Eiffel que conocí desde el primer día que toqué suelo europeo. Entonces… ¿Dónde lo conocí? Fue en un café, tras meses de estadía. Le gusté, me gustó y salimos varias ocasiones antes de aceptar casarme con él, te toma por sorpresa porque no quería mencionártelo hasta formalizar, acá muchos chicos huyen de los compromisos y yo no sabía si André era diferente. Ahora ya ves que lo es. Pero te extraño. Te extraño de una manera importante, quiero abrazarte tan fuerte, hace poco fue el concurso anual en Stuttgart, un amigo fue y sentí nostalgia por ti, ¿Recuerdas lo bien que la pasamos?. Me caso en septiembre y quiero verte de nuevo, pedirte perdón, abrazarte y pedirte que esta vez te quedes aquí, conmigo. ¡Porque te amo, papá!”
Apenas leí esto en la pantalla: cerré el computador, agaché la cara mientras llevaba mis manos a la cabeza, entre los dedos pasaban lentamente mis cabellos y por el pensamiento la palabra: “Septiembre”. Reincorporé la vista para toparme con la repisa inundada de recuerdos, desde lejos los analicé uno a uno:
El primero, un pequeño portarretrato obscuro con diminutas conchas marinas: nuestro quinto viaje a la playa, tú en la banana, ¡estás loca! Recuerdo haberte dicho al verte brincando y con los ojos llenos de pánico pero según tu: disfrutando. Sonreí.
Segundo portarretrato: un mediado y bien definido óvalo teñido en marrón decorando la fotografía de tus pies delgados sobre las uvas en los viñedos de Cariñeda, España; vestías de blanco con un broche turquesa recogiendo tu cabello y una pulsera roja bien amarrada al tobillo izquierdo. La pulsera: la promesa de estar en las buenas y en las malas que en su momento nos pareció coherente tras dos cervezas y un cervantino.
Tercer portarretrato: pirotecnia en Stuttgart. Nuestro primer viaje juntos a Alemania presenciando el concurso anual de pirotecnia. República Checa, Portugal y China se diputaban, recuerdo tu fascinación cuando Portugal soltó la primera melodía, ¡Es perfecta!, susurraste. Al siguiente día China; el blanco, rojo, naranja y azul se reflejaban en tus ojos: vidriosos, estupefactos, inquietos e inertes, clavados en cada estruendo. Recuerdo haberme conmovido de verte maravillada, pregunté: ¿te gusta?, respondiste: ¡Es un asco la música!, la pirotecnia es perfecta. ¿Ves esos puntos que se dispersan? Pareciera que tienen vida propia y qué me dices de esa nube roja, ¿Cómo logran que se tiña en degradado el cielo?, pero sigue siendo intragable el sountrack” solté una carcajada y sacudí su cabello.
Quinto portarretrato: un rectángulo en madera cubierto de tela y grabados en color oro, el más sobresaliente de la repisa, es ella, solo ella. Sin un viaje o un paisaje perfecto, sin una pulsera o un viñedo. Solo ella. Sentada en la hamaca del jardín, con unos tenis viejos, los vaqueros y una camisa a cuadros amarrada a su cintura, con el cabello corto y ondulado cubriéndole un sombrero de lo más ordinario en tono camel, recuerdo haber sacado mi cámara al encontrarla y también la recuerdo a ella, con la mirada fija y el ceño fruncido clavado en esas líneas, vacilante con los pies al aire, me acerco, voltea y me ofrece la mejor fotografía, una sonrisa sutil a la par de sus ojos sorprendidos, imponentes, llenos de dulzura al encontrarse con los míos… Sonrío, el gesto me frena en seco (con la misma sensación que se tiene al ducharte con agua helada en Invierno), vuelvo caer en la realidad, miro nuevamente la repisa percibiendo un olor humeante ¡Dejé el café puesto en la estufa!, brinco de un salto y corro, mientras el taxi que pedí hace media hora toca el claxon – ya voy – grito. Esquivo el comedor para apagarlo, maldigo tras haberme chorreado; corro de vuelta al recibidor, tomo el computador siendo este lo único faltante en el equipaje, antes de cerrarlo de reojo vuelvo a leer el e-mail:
“¿Recuerdas el día que tomé mis maletas y emprendí el viaje?, me gritaste que me quedara y di un portazo mientras te decía que no lo entendías. Ahora que volvió la calma me gustaría que supieras que no me fui para estar lejos de ti, sino para estar cerca de mí, necesitaba conocerme, probar otra comida, platicar con otra gente, decir >>bonjour<< mientras sorbo café, estaba en mi zona de confort, tan acostumbrada a tenerte cerca de mí, a no tener problemas porque tú los resolvías. Entendí que a veces, aunque duela, lo más sano es decir adiós, tal vez parte de amar es aprender a dejar ir, ¿cómo vas tú con eso?. En estos meses aprendí francés, visité la catedral de Notre Dame, me tomé fotos con estatuas de mármol en los jardines de Versalles, ahora sé que 286 escalones son los que separan del suelo a la terraza del Arco del Triunfo, sin mencionar la imponente torre Eiffel que conocí desde el primer día que toqué suelo europeo. Entonces… ¿Dónde lo conocí? Fue en un café, tras meses de estadía. Le gusté, me gustó y salimos varias ocasiones antes de aceptar casarme con él, te toma por sorpresa porque no quería mencionártelo hasta formalizar, acá muchos chicos huyen de los compromisos y yo no sabía si André era diferente. Ahora ya ves que lo es. Pero te extraño. Te extraño de una manera importante, quiero abrazarte tan fuerte, hace poco fue el concurso anual en Stuttgart, un amigo fue y sentí nostalgia por ti, ¿Recuerdas lo bien que la pasamos?. Me caso en septiembre y quiero verte de nuevo, pedirte perdón, abrazarte y pedirte que esta vez te quedes aquí, conmigo. ¡Porque te amo, papá!”