¿Se imaginan la cantidad de agua que se desplaza sobre un canal de navegación al pasar un buque hacia una dársena de puerto, cargado con contenedores? Yo no tenía ni la menor idea. Son unas olas que fácilmente se levantan 4 ó 5 metros en relación a la superficie de las aguas quietas. Sólo por abundar en dimensiones, supongamos al buque no tan grande: 200 metros de eslora y manga de 30metros; los estandarizados contenedores: 40 pies de largo, con un peso bruto de 30 toneladas cada uno; y la flotación del navío sobre un calado de doce metros de profundidad.
Bueno el caso es que en años pasados, por motivos de trabajo, familiarmente, cambiamos nuestra residencia al lindo puerto de Tampico, y los hijos y yo nos aficionamos a la pesca y hasta compramos una lanchita roja que le pusimos el nombre de La Fresa Marina. La lancha, hecha de fibra de vidrio, era muy frágil y de escasa capacidad. No obstante, era suficiente para desatar el sentido de la osadía y la intrepidez en todas las conciencias de hijos y papá. Sabía, por comentarios de viejos lobos de mar, que la lancha sólo era propia para navegar en aguas seguras de la zonas laguneras, pero no hicimos aprecio. La emoción de vivir lo contable y atrapar con nuestras cañas de pesca peces mayores de aguas profundas nos llevó, a mi hijo varón y a mí, a adentrarnos entre las escolleras norte y sur del puerto de Altamira con La Fresa Marina, emulando el arrojo del portugués Fernando de Magallanes al atravesar el estrecho patagónico que ahora lleva su nombre, en pleno paso de barcos mercantes. Y, ¡zas!, qué pasa uno como el que al principio de este escrito se describe. ¡Madre mía! Dejo tantito atrás la estela de su oleaje como el presagio de un naufragio futuro, dramático e inevitable. Fue único el asombro de ver como una cresta acuosa de más de 5 metros de alto vaciaría el Golfo de México sobre la muy discreta y vulnerable Fresa Marina. Mi hijo puso de frente la lancha, de acuerdo a lo recomendado por expertos, y como si estuviéramos en un tiovivo, la canoa subía y bajaba sin tomar en cuenta el espanto de sus tripulantes. Y bien, el barco llegó a puerto y nosotros, meciéndonos aún, pudimos conseguir tocar la tierra y, como Rodrigo de Triana, el vigía que desde el palo mayor de la muy velera La Pinta avistó el Nuevo Mundo, con mucha alegría, cerramos nosotros el episodio de las aguas profundas sin siquiera sacar el más pequeño de los peces.
Comentarios a: [email protected]