Me abstenía de escribir fuera de mis tiempos pero Jorge Castañeda lo hizo posible. Su artículo publicado hoy; Colombia: desastre, para referirse a la victoria del No en el plebiscito para el acuerdo de paz en Colombia, me animó a pergeñar algunas consideraciones que me parecen pertinentes. 
Alejandro como paradigma
Autor: Franco Damián Segoviano Chávez
Alejandro de Macedonia […] partió del país de los Queteos, derrotó a Darío, rey de los persas y los medos y reinó en su lugar, empezando por la Hélada. […] Avanzó hasta los confines del mundo […], la tierra enmudeció ante él y su corazón se ensoberbeció y se llenó de orgullo. Macabeos I, 1:1-3.
Alejandro III de Macedonia (356-323 a.C.) por sus hazañas guerreras y las múltiples leyendas que surgieron en torno a su nombre, por haber creado el imperio más grande de la Antigüedad, tan efímero como extenso, por haber guiado al Occidente hacia el entonces desconocido y temido Oriente, por su trágica, temprana y misteriosa muerte, por ser un tirano, un héroe y un soñador a la vez; se convirtió en el paradigma del gran conquistador. A partir de Alejandro Magno, todos los reyes, emperadores, generales y demás personajes empeñados en hacerse inmortales a través de las armas, tendrán como su mayor ejemplo a seguir a este rey.
Las guerras entre sus generales, los llamados diádocos, demostraron que ninguno de ellos fue digno de ocupar su lugar. El imperio de Alejandro se dividió entre varias dinastías, cada una con su respectivo territorio: los Ptolomeos en Egipto, los Seléucidas en Oriente y los Antigónidas en Grecia como los más importantes, además de otros reinos menores.
Julio César (100-44 a.C.) durante el tiempo que tuvo el cargo de cuestor en España, vio en la ciudad de Cádiz una estatua de Alejandro y “suspiró profundamente como deplorando su inacción; y lamentó no haber realizado todavía nada grande a la edad en que Alejandro había conquistado ya el universo” (Suetonio, Vida de los doce Césares). Fue de este modo como César decidió renunciar a su cargo y regresar a Roma para poder realizar las grandes hazañas a las que se sentía destinado.
Octavio Augusto (63 a.C.-14 d.C.) primer emperador de Roma, luego de vencer a los ejércitos de Cleopatra y Marco Antonio y conquistar Egipto; hizo abrir la tumba de Alejandro Magno, sacó su cuerpo para contemplarlo y le puso una corona de oro como homenaje. Se dice que alguien le preguntó si también quería ver la tumba de los Ptolomeos, a lo que contestó “que había venido a ver a un rey y no muertos” (Suetonio, ibídem).
Juliano el Apóstata (331-363), emperador romano que restauró por un breve tiempo el paganismo en el Imperio, creía que él mismo era una reencarnación de Alejandro. Emprendió una campaña contra el Imperio persa Sasánida, tratando de imitar la campaña de Alejandro contra el Imperio persa de los Aqueménidas, pero no tuvo éxito. Murió luego de resultar herido en la batalla de Maranga en el actual Irak.
Y así, cada rey, emperador y general desde la Antigüedad hasta Napoleón Bonaparte, ha tenido a Alejandro el Grande como el máximo paradigma al que puedan aspirar. ¿Pero acaso Alejandro de Macedonia tuvo su héroe a seguir? A él se le comparó con Hércules (por sus hazañas guerreras) y con Dionisio (por conquistar la India y, por supuesto también por su gran afición al vino). Pero él admiraba y quería seguir los pasos de Aquiles, el gran héroe homérico. Se cuenta que Aquiles tuvo la opción de escoger entre tener una vida larga y
tranquila o una vida gloriosa en las batallas pero breve. Aquiles decidió morir pronto y vivir para siempre en la memoria de las generaciones por venir. Se puede decir sin equivocarse que en esto Alejandro logró emular perfectamente a Aquiles.

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