Vi la película que se llama INFIERNO en un sábado de romería cinéfila. Tom Hanks, actuando como un catedrático de simbología de Harvard, el profesor Robert Langdon, herido y con una temporal falta de memoria, se ve involucrado en el seguimiento de un misterioso y renacentista rastro, ligado a la simbología oscura de la DIVINA COMEDIA. Tratando de evitar una pandemia que terroristas sin conciencia, a través de una emisión viral, amenazan con soltar, Hanks, navega tras la huella de los extremistas por las ciudades de Florencia, Venecia y Estambul, emblemáticos y enigmáticos lugares afectados ya en tiempos remotos por la conocida “peste negra”. El film es entretenido y lleno de suspenso; no obstante, como el hecho no pasa a suscitarse, para consuelo del espectador, el héroe, en este caso, Tom Hanks, resuelve el dilema y permite regresar a casa a los asistentes de la sala sin mayores angustias para el futuro inmediato. El guión de la película es adaptación del último éxito del escritor Dan Brown, con dirección de Ron Howard.
La velocidad adquirida por los cineastas que filman acción se ha convertido en una especie de vorágine que pone a prueba los sentidos de la vista y el oído de los amantes cinematográficos. Es común que escenas, por su rapidez, forjen razonamientos encontrados entre el público presente. A esa cuestión, agréguele usted, estimado lector, que por antojarse comer algo durante función, carga, con verdadero milagro de equilibrio, alimentos a través de escalones y penumbras del recinto hasta llegar a su numerado asiento. Después, aguzando los sentidos del tacto, del gusto y del olfato degusta sin saber en qué momento atiende la supuesta nutrición o el celuloide. Y vaya, parece ser que la ocasión se transforma en un caleidoscopio sensorial que afecta la capacidad de discernir sobre el tema y la calidad de la función. Sin embargo, bueno es reconocer que no todos los asistentes comen ahí. Y reconocer también que comensales o no se sujetan a incómodos momentos. Por más que los nachos y las palomitas pierdan entre supuestas salsas aderezadoras sus crujientes propiedades, los ruidos mandibulares de comedores generan al mascar sonidos en el rango de lo perceptible; en igual forma, se escuchan los sorbos y tragos a los líquidos (éstos, incluso se maximizan cuando el popote absorbe aire porque la sabrosa acuosidad está llegando a su término). Así, en una sala llena de olores alimenticios, voces, andanzas y toses, la proyección sigue inmisericorde su camino y el espectador pierde, entre disturbios, un cuarto de la trama pagada y esperada. Vamos, no es crítico, pero el soportable momento parece entregar otro infierno paralelo.
comentarios a: [email protected] Francisco
Escrito sobre infierno
Vi la película que se llama INFIERNO en un sábado de romería cinéfila.