Quizás, como acostumbra hacer Juan Villoro, deba empezar esta columna con un asunto gastronómico. En Colombia, se conoce como bandeja paisa el platillo emblemático del estado de Antioquia, cuya capital es Medellín. Muchos de quienes lo prueban por primera vez son abrumados por su contundencia, pues en una fuente ovalada se amontonan morcilla y chorizo antioqueños, chicharrón, rodajas plátano macho frito, un huevo estrellado, frijoles, carne molida, arroz blanco, aguacate y una arepa. La bandeja pareciera una muestra de la variedad de productos alimenticios disponibles más que una comida para solo un comensal. 

Leí por estos días que el presidente municipal de Irapuato, Ricardo Ortiz, y algunos de sus colaboradores harán una visita a Medellín para conocer de primera mano (al parecer nunca pueden hacerlo a través del internet o leyendo) los programas que esa ciudad ha implementado a largo de dos décadas para mejorar su habitabilidad y dejar atrás los estigmas causados por el narcotráfico en los 80’s y 90’s. Los resultados le han valido prestigiosos premios internacionales, como Capital Mundial de la Innovación en 2013, otorgado por el Urban Land Institute, el grupo financiero Citi y el Wall Street Journal Magazine; el premio del transporte sostenible de la Junta de Investigación del Transporte; o el mejor lugar para hacer negocios de Latinoamérica de la revista Business Destinations, por sólo mencionar algunos. 

La transformación de Medellín fue posible gracias a la conjunción de varios factores: la inclusión social, eficiencia en sus empresas públicas, la inversión en educación y cultura, y la continuidad de los programas a través de gobiernos sucesivos. Uno de los pilares del cambio está en los espacios y el transporte público; la ciudad es la única del país con un sistema de metro, que alterna con tranvías y teleféricos (sí, de ahí salió el Mexicable). En las zonas periféricas y marginadas, que se empinan sobre las montañas que rodean el valle donde fue fundada, se instalaron escaleras eléctricas públicas que reducen de manera sustancial el tiempo de desplazamiento de los habitantes. Es decir, el sistema de movilidad no está basado sólo en el automóvil privado, sino que privilegia a los peatones, el transporte público y las alternativas menos contaminantes. 

Pero estas inversiones no llegaron del cielo ni fueron improvisadas; el involucramiento de sus habitantes fue fundamental para lograr los resultados. En palabras de uno de sus ex-alcaldes, “la ciudadanía, si no participa de forma activa en esa transformación, simple y llanamente la impide o la retrasa”. Esta participación se obtiene a través de la transparencia y el contacto con los gobernados. Así, los ciudadanos se apropian de los espacios públicos, cuidan el mobiliario urbano y refuerzan su sentimiento de pertenencia en una ciudad que también ha recibido a lo largo de décadas cientos de miles de desplazados de diferentes lugares de Colombia. 

La educación ha sido un factor fundamental en el cambio, a partir de 2004 Medellín plasmó su objetivo en un sencillo slogan: “la más educada”, que a su vez recibió recursos presupuestales para construir y mejorar los planteles educativos existentes, y la capacitación de sus maestros. Las redes de bibliotecas y centros de conocimiento se convirtieron en el punto de encuentro y preparación de muchos jóvenes estudiantes en la ciudad después de sus clases en la escuela. Los resultados pueden medirse en el largo plazo (el que menos gusta a nuestros políticos). La deserción escolar en secundarias, por ejemplo, se abatió a la mitad en nueve años. 

Tal vez no sea mala idea visitar Medellín, pero ojalá no sea sólo para probar la bandeja paisa, sino para implementar de verdad en Irapuato la transparencia en la gestión pública, para preocuparse 

más por nuestros niveles educativos y culturales, así como por la inclusión de los ciudadanos en las decisiones, ya que éstos sólo son vistos como “intereses políticos”, y no como un aporte a la calidad de éstas. 

Ojalá le cuenten a Ricardo Ortiz cómo Medellín está rescatando el río que la cruza con plantas de tratamiento de aguas residuales y reforestación; para que no se le ocurra (porque lo veo venir) pavimentar el pedazo que nos toca del río Silao; que lo ayuden a desistir de hacer proyectos viales sin los estudios ambientales previos que exige la Ley de Movilidad. 

Pensamos quizás de formas diferentes, eso no tiene nada de malo, como en la bandeja paisa, la diversidad ayuda a crear un platillo extraordinario. Hago votos para que algo bueno salga de esa visita y que algún día podamos decir: “Irapuato, la más educada”. Buen viaje. 

 

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