¿Qué tiene de malo pedir respeto? Creo que es algo que ni siquiera debería ser solicitado, menos exigido. Quiero respeto para todos, para quien goza de ser mujer y para quien disfruta de ser hombre, sin importar el sexo, la edad, la religión. ¿Por qué se ve tan mal? Al grado que la palabra feminismo se relaciona ahora con alguien que está buscando problemas.
Fue un día en el autobús, camino a la escuela cuando me di cuenta que debo andar con cuidado. No lo pensaba y, en ese tiempo, el tema se trataba poco. Me senté en el segundo asiento detrás del conductor del urbano, el hombre a mi lado llevaba una gabardina sobre el regazo, yo traía los audífonos puestos. Sentí que tocó mi pierna, el muslo específicamente, con su mano horrenda, sin mirarme, sin pensar que eso me molestaría. Me levanté de un brinco, asustada y temblorosa pero con un enojo inmenso que me hizo gritarle: “¿Qué te pasa pendejo?”. 
Se levantó sin decir nada, sosteniendo la odiosa, vieja y desteñida gabardina y bajando presuroso del autobús en la parada, que coincidió con mi escena, todos me miraron, nadie dijo nada. 
Y así, por la indiferencia, me da miedo el mundo, porque tengo una abuela, tengo una madre, tengo una hermana, primas, tías, amigas, una hija.
Me duele pensar que alguien no respetará una palabra de oro: MI CUERPO. ¿Qué parte de MÍO no entienden?. Me duele pensar que a diario, ellas y millones de mujeres más temen salir tarde de sus trabajos, caminar solas después de la escuela, mandar a sus hijas a la tienda, dejarlas ir al cine o incluso a la escuela. Me duele pensar que se pondrán nerviosas cuando viajen en el taxi y el chófer las voltea a ver por el retrovisor. Me duele saber que al ponerse un escote, una falda o sólo algo que las hace verse más bellas, serán victimas de la mala educación que tienen esos hombres bestias y de la crítica de esas mujeres que las juzgaran como putas, como fáciles, como zorras. 
Me pasó de nuevo, al salir de un baño público, mientras trabajaba, al caminar por un pasillo angosto, cuando un joven se atrevió a detener mi paso y poner muy cerca de mi su cuerpo, para intimidarme. No recuerdo que dijo, me puse nerviosa pero seria. Se equivocó porque heredé las agallas de mi madre y mi padre me enseñó a que cuando digo no, es NO, y a que me respetas o me respetas. Lo empujé, se burló. Me enojé conmigo misma porque, después de ponerme a salvo, vino el temblor, me sentía frágil, indefensa, porque aunque lo empujé con todas mis fuerzas, me sentí sola. 
Y me pongo triste, cuando leo historias de mujeres que sufrieron violaciones, que padecieron la violencia sin que la hubieran provocado.
¿Y qué si uso escote, qué si uso falda, qué si tengo los senos grandes o pequeños, las nalgas grandes o planas? ¿Y qué si me veo bella, qué si me veo distraída, qué si me veo ingenua? Eso no debería importar porque es MI CUERPO y nada más. 
Me duele porque no hay respeto para hombres o mujeres, porque la violencia está para ambos, el riesgo, el miedo. Por las bestias que andan por ahí, queriendo ser humanos.
Ni Una Más, Ni Uno Más.

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