7am. Mi dedo presiona el checador, en automático se abren frente a mí las puertas de cristal y comienzan los buenos días iniciando por la recepción, los bien vestidos colegas que piropean (como cada día) mi atuendo rosa, todos me tratan con respeto y a pesar de mi bien delineada figura nadie se atreve a proponerme lo que inmediatamente piensan voy a rechazar.
Si supieran que debajo de este delicado y recatado traje rosa, porto un hilo dental a juego con un coqueto sujetador de encaje rojo sin varilla, ni push up, no lo necesito: mis pechos son firmes y mis glúteos bien definidos se esconden bajo la apariencia de una profesionista cualquiera. Si ellos supieran que soy traviesa, juguetona y dominante habría de dos:
1. Declinarían el proyecto en el cual he trabajado los últimos meses, por no ser una persona decente.
2. Me subirían el sueldo y mi jefe me respaldaría.
Sin embargo, mis colegas mujeres me excluirían de los jueves sociales y aunque me resulta aburrido hablar cada semana de temas como ¿Cuál lavandería deja mejor aroma?, el mejor colegio para sus hijos y las aberrantes discusiones entre ellas, supongo que mi vida sería menos divertida sin ellas.
Por eso juego a ser recatada, ninguna casada divulgaría lo que le hace y se deja hacer por su esposo, entonces: ¿Por qué debo hacerlo yo? Total, nadie se imagina que dejo la ventana de mi habitación abierta, ni que cada noche me desvisto frente a ella, es que si lo intentaran comprenderían lo rico que es desabrochar un sostén, dejarlas libres y sentir cómo el aire te recorre por la espalda, como tus pechos se enfrían y tu cabello se alborota mientras bajas tu pantalón y el panti, deja que el aire te disfrute.
Así fue como lo conocí, desnuda. Él era el nuevo inquilino del departamento de enfrente. Un día, llegué del trabajo, prendí la luz de mi cuarto y repetí el ritual, disfruté quedar desnuda imaginando la cara asombrada de mi vecino: un tipo de lo más ordinario, un gamer sin vida social que nunca me he topado fuera de su habitación. Esa noche decidí ofrecerle un pequeño baile de espaldas, meneando mi cabellera y haciendo subir y bajar mis caderas, justo al terminar dicho espectáculo, volteé hacia su ventana con una sonrisa pícara como de quien se sale con la suya, él no era el gamer. Era otro chico, me enderecé de un tirón y con los pechos al descubierto lo saludé, su mirada era profunda, no parecía haber disfrutado aquel panorama y si lo hacía no lo demostraba, ni parpadeaba y a medida que los segundos pasaban, yo me sentía más incómoda. Me envolví en la cortina y como pude apagué la luz, apreté la bata a mi cuerpo y arrebaté las sábanas para introducirme en ellas. Una vuelta a la derecha, otra a la izquierda, me enderecé y vi su luz prendida a altas horas de la noche. Sentí miedo por primera vez.
A la mañana siguiente desperté antes de que sonara la alarma, me asomé por la ventana y vi sus cortinas recorridas, él no estaba en la habitación. Recogí del suelo lo que la noche anterior tiré, lo boté en el cesto, tomé del armario un traje sastre negro, después de la ducha; lo combiné con unas perlas colgando de mi cuello y un bonito brazalete de oro. Camino a mi auto me sentía insegura, con esa sensación de que alguien me observaba, antes de subirme me percaté de que no hubiera nadie dentro y apenas cerré la puerta, con ansiedad puse en marcha el auto.
Ese jueves decliné mi invitación al club, quería llegar a mi casa, me sentía aterrada por la mirada de aquel hombre pero curiosa por saber quién era, al llegar: abrí la ventana y ahí estaba, en el edificio de enfrente: con la misma expresión de la noche anterior pero esta vez: desnudo. No necesitó decir nada, dejé mi saco en la silla, desabotoné lentamente mi blusa, y cuando quedé completamente desnuda, él no veía mi cuerpo; tenía su mirada clavada en la mía, sin parpadear, con el rostro frío, yo estaba nerviosa envuelta en ese silencio interrumpido solo por los claxon de la avenida, él sonríe y seguido de esto cierra su ventana. Me envuelvo en la bata, fue un día ajetreado así que, apenas toco la almohada, caigo rendida.
La noche siguiente llego corriendo al departamento del quinto piso, en el camino voy dejando rastros de mi bolso, los tacones, las llaves, suelto la liga de mi cabello y lo encuentro a él, desnudo, inmediatamente quito mi ropa, le obsequio una vuelta pero él sigue mirándome a los ojos, fijamente, me encuentro en el balcón de mi habitación, desnuda frente a un desconocido, él solo me observa, sus ojos están clavados en mi rostro y yo lo veo de arriba abajo, es tal la profundidad de su mirada que comienzo a excitarme, quiero decirle que se quede esta noche pero se percata de mis intenciones y vuelve a su dormitorio.
- ¡Espera! Le grito, ¿Quién eres? Y mi pregunta se pierde entre sus cortinas.
… Cada noche el mismo ritual, he bajado de peso puesto que a veces llego corriendo a mi habitación y no me da tiempo de cenar, hace un mes que nos observamos desnudos y no ha habido ningún progreso, comienzo a pensar que es sordo porque no responde las preguntas que le hago incluso he tocado su timbre pero nadie responde, y si, prefiero creerme esta teoría antes que sentirme ignorada por un chico que me atrae.
Un sábado al llegar a mi apartamento, descubro una nota en el piso:
- No te desvistas aún, te veo a las 9pm en el teatro.
Respiro profundo, entre semáforo y semáforo retoco el maquillaje, nerviosa (envió un mensaje de texto a una de mis colegas diciendo dónde estoy por si me pasa algo), al acercarme una fila de autos me bloquea el paso, lo estaciono dos cuadras antes y camino, corro y vuelvo a caminar, me acomodo el escote, inhalo, exhalo, lo busco entre la multitud sin obtener señales. Subo las escaleras y al entrar, un chico me reconoce:
- ¡Es ella!
Unos me felicitan y otros más me señalan. ¿Qué está pasando? No entiendo de qué se trata, estoy inmersa en confusión. Una elegante señora se me acerca y sonríe, conforme entro al teatro comienzo a comprender todo… Mis tobillos se vuelven frágiles, el corazón se acelera, la pupila se dilata y mis vellos se paran de punta: ¡Soy la musa de la pintura! Desuda, tan bella y delicada. Son mis ojos, mis pechos, mi cabello al aire y una mirada tierna haciendo inercia con mis labios pícaros. Es indescriptible lo que sentí esa noche.
De él no volví a saber nada, ni su nombre. Nadie lo sabe. Ya no me desnudo frente a la ventana (nadie me miraría como lo hacía él), pero la dejo abierta cada noche por si se le ocurre regresar.