Nos halaga que después de tres invitaciones, por fin haya decidido aceptar una entrevista, a nuestra editorial le gustaría que formara parte de nuestra firma, qué me dice, señor Jones. ¿Acepta el trabajo?
– No tengo tiempo, no soy un escritor, no sé de qué escribir (en el peor de los casos respondería que odio escribir).
Dicho esto me puse en pie al mismo tiempo que abotonaba la manga de mi camisa, remiré la habitación. Hace un año lo hubiera hecho gratis, era el empleo por el cual luché tanto tiempo y hoy, no lo quiero.
… Un año atrás:
Diciembre 16. Me encontraba en la cena de ensayo, un día antes de la boda. Mi mejor amigo, después de 2 matrimonios fallidos ahí estaba de nuevo, a punto de compartir clóset con la más bonita del club. Todo era déjá vu. Una persona me pidió que dijera algunas palabras sinceras, ¿eso quieres? Pensé, nadie quiere escuchar que alce mi copa y en voz fuerte y clara diga: “Brindo para que el tercero sea el bueno”, (todos se jactan de amar la sinceridad hasta que alguien la practica). En cambio, añadí un dulce y tierno: “larga vida a su matrimonio”. Todos aplaudieron, obviamente.
Avanzada la noche conocí a Sara, una hermosa latina de cabello negro que lucía un vestido azul, con un escote en la espalda que le permitía resaltar sus pecas diminutas, todo en ella era perfecto: guapa, inteligente, graciosa, sencilla y de pechos grandes. Trascurrida la cena, la vi alejarse del murmuro, seguí sus pasos cual depredador asechando y “coincidimos” en la terraza:
– Jones, mucho gusto señorita (Mientras me presentaba le ofrecía una copa de tinto).
– Sara, el gusto es mío.
Ahí empezó todo. Sara, la mejor amiga de la novia. Tenía un puesto importante en una editorial reconocida, estudiaba una maestría en otra ciudad, sabía 6 melodías en piano y 3 idiomas adicionales al español. No era la típica niña nacida en cuna de oro y eso la hizo aún más interesante. Tenía dos perros y la relación con su familia no era cercana, le gustaban los parques, incluso más que los bares y sabía de moda lo que yo de gastronomía (yo como puros enlatados y se me queman las sopas instantaneas). A ella le gustaban los caballos, encontré la oportunidad y la invité al rancho de mis tíos, al sur de la cuidad, un pintoresco lugar para beber, cabalgar y por qué no: para “conocernos mejor”.
-Me encantaría pero mañana salgo de viaje, terminaron mis vacaciones y seré esclava los próximos 6 meses.
Pedí su teléfono y pensé: el rancho tendrá que esperar un semestre más. Le pedí que me avisara cuando ya estuviera en casa, era un vuelo largo y me preocupaba saberla bien, realmente me interesaba en lo mínimo pero no dejaba de pensar en esas pecas.
Transcurrieron los días y los mensajes se volvían constantes, me contaba de sus clases de maestría y yo le platicaba de mi libro, la hoja en blanco necia que me negaba a terminar porque a estas alturas, después de casi una decena de títulos, ya no sabía de qué más hablar.
-Habla de mí, me dijo. Puedo encajar con cualquier personaje, si hablas de pintura: yo sé de pintura, si hablas de música: yo sé de música, incluso si hablas de pechos grandes: yo tengo pechos grandes. ¿Crees que no me di cuenta? Los mirabas todo el tiempo (seguido a esto soltó una carcajada).
Por primera vez, me sentí apenado. Cualquier otra chica (con las que estaba acostumbrado a salir) hubiera ignorado ese hecho, incluso, si se daba cuenta. Y lo hice, escribí de ella. Quise improvisar una historia pero me pareció más sensata e interesante la que estaba viviendo. Así que comencé narrando la cena anterior a la boda de mi amigo, conté acerca de su vestido, las pecas y el cabello obscuro. Hablé también de los cuatro idiomas que manejaba, el libro fluía perfecto, en la página 146 plasmé lo más cursi que había hecho, transcribí un poema de Louis Aragon: “Yeuxd´Elsa”, esa fue la primera carta que le envié, en francés le expresé lo bonito de sus ojos, lo sensual de su ronca voz y lo exquisita que me parecía como mujer, le confesé que a su lado (no literal) sobraban los temas de conversación y por qué no, mi admiración por todo lo que ella es. Le aplaudí sus logros, le ofrecí un piropo “eres interesante”, sé que lo prefiere antes del adjetivo: eres bonita. Y así concluía mi primer carta:
Página 146.
“Tesyeuxsont si profondsqu’en me penchantpourboire. J’aivutous les soleils y venir se mirer. S’yjeter à mourirtous les désespérés. Tesyeuxsont si profonds que j’yperds la mémoire” –Yeuxd´Elsa.
La respuesta tardó días en llegar. Una carta con su mayoría en blanco y sólo unas pequeñas líneas resaltaban:
-“Sonreía como boba, eres el primero que me envía este tipo de detalles. ¡Merci! Pd: amo el francés.”
Metí la carta a su sobre y la guardé entre las hojas de un libro. Los meses transcurrieron, ambos sabíamos mayores detalles el uno del otro, nos comunicábamos en cada momento posible y aunque salía con algunas chicas (cuando se me presentaba la oportunidad), ninguna era como Sara.
Segunda carta.
Página 205.
“Luna rossa. Vaco distrattamenteabbandunatο… Ll’uocchiesott’ocappielloannascunnute mane ‘int’asacca e baveroaizato… Vaco siscanno e stellecaso’asciute… E’a luna rossamme parla ‘e te iolle domando si aspiette a me, e mmerisponne: “Si ‘o vvuo’sape, ccanun ce esta nisciuna… E iochiammo ‘o nommepe’te vede, ma, tutt’a gente ca parla ‘e te, risponne: ¿E tarde che vuo’sape? Ccanun ce stanisciuna!… Luna rossa, ¿chimmesarra sincera? Luna rossa, se n’eghiutall’ata será senzamme vede… Mille e cchiuappuntamenteaggiotenuto… Tante e cchiusigaretteaggioappicciato… Tanta tazze ‘e cafemme so’ bevuto… Millevucchelle amare aggiovasato… E’a luna rossamme parla ‘e te Iolle domando si aspiette a me, e mmerisponne: “Si o vvuo’ sape, ccanunce stanisciuna… E iochiammo ‘o nommepe’te vede ma, tutt’a gente ca parla ‘e te, risponne: ¿E tarde che vuo’sape? Ccanun ce stanisciuna!… E iodico ancora ch’aspetta a me, for’obarconestanott’ettre, e prega ‘e Santepe’mme vede… Manun ce stanisciuna…”
Para esta carta he decidido trascribir todo el poema “Luna rossa” (luna roja) de Vicenzo De Crescenzo. Como verás, a diferencia de la anterior, este está completo porque me identifico con él, yo también pronuncio tu nombre para verte y al no conseguirlo, te escribo. Te escribo que quiero verte.
La carta decía eso exactamente, a continuación les comparto la traducción:
“Luna roja. Camino distraídamente relajado, los ojos ocultos bajo el sombrero, las manos en bolsillos y cuello levantado. Voy silbando a las estrellas que han salido… Y la luna roja me habla de ti, le pregunto si me esperas, y me contesta: si quieres saberlo, aquí no hay nadie… Y digo el nombre para verte, pero toda la gente que habla de ti contesta: es tarde, ¿qué quieres saber? ¡Aquí no hay nadie! Luna roja, ¿quién me será sincera? Luna Roja ella se fue la otra noche sin verme… Mil y más citas he tenido, muchos cigarrillos he encendido, muchas tazas de café he bebido, miles de boquitas amargas he besado… Y la luna roja me habla de ti, le pregunto si me esperas, y me contesta: si quieres saberlo, aquí no hay nadie… Y digo el nombre para verte, pero toda la gente que habla de ti contesta: es tarde, ¿qué quieres saber? ¡Aquí no hay nadie! Y vuelvo a decir que me esperes fuera al balcón esta noche a las tres, y ruego los Santos para que me veas… pero no hay nadie…”
Nuevamente apareció la respuesta tras varios días, me emocionaba el hecho de enviarle versos, un WhatsApp hubiera sido suficiente si fuera como cualquier otra chica que conozco en un bar y, aunque en mi vida jamás había regalado una flor, ella me inspiro a hacerlo. La carta llegó a mi buzón:
– “Vicenzo. Parece que alguien ha comenzado a leer algo más que revistas del dentista. También te extraño, también digo tu nombre pero no desesperes. Falta poco para vernos. ¡Grazieamore!”
– ¿Amore?… Sonreí como idiota e inmediatamente le llamé, esas últimas dos palabras lo estarían cambiando todo. Buzón… Buzón… Buzón, timbraba y después: buzón.