En días pasados, el grupo Teatro Espacio y Danza, dirigido por Francisco Escárcega, presentó en el auditorio de la ENMSI su adaptación de La Tempestad, de William Shakespeare. Antes de la función, tuve el gusto de participar en una mesa de discusión en torno a la obra con los profesores Andrés Alcántara y José Antonio Banda. Esta dinámica de compartir nuestras lecturas de Shakespeare previo a su puesta en escena fue bastante gratificante.

La historia es relativamente sencilla, y comparada con otras obras del autor, no está a la altura de sus más importantes tragedias, ni tiene la cadencia que tienen otras comedias, como Sueño de una noche de verano. Próspero es un hombre traicionado por su hermano, quien le ha arrancado el ducado de Milán. Náufrago en una isla, Próspero aprende, con el tiempo, a controlar las extrañas naturalezas que habitan ahí. Al descubrir que por los mares navega muy cerca su hermano junto al rey de Nápoles, Próspero ordena a Ariel que desate la tempestad. La nave del rey es vencida por la tormenta; nadie sufre ni se lastima ni un pelo, pero el hijo del rey desaparece: está perdido en la isla, mientras los demás quedan presos de un encantamiento. Próspero tiene un plan: con la ayuda de Ariel, cobra su venganza, desenmascarando la hipocresía de su hermano ante los ojos de su rey. Al mismo tiempo, Próspero dispone las cosas de tal suerte que su hija Miranda se case con el hijo del rey de Nápoles. Con un espíritu muy ecuánime, Próspero perdona a sus agresores al tiempo que renuncia a los poderes mágicos que había adquirido en la isla.

William Shakespeare pudo haber escrito La Tempestad basándose en las historias que llegaban a Londres de una embarcación, The Sea Venture, que naufraga en las Bahamas. A partir de este hecho, el autor entreteje una historia de venganza algo extraña que Próspero acomete, pero deja en el aire al perdonar a los otros. En la discusión, Andrés Alcántara hacía una lectura bastante puntual: Próspero representa el hombre ilustrado del renacimiento: es el conquistador, le quita su dominio al “demonio” Calibán; es el sabio, domina el conocimiento de los libros lo cual le permite imponer su orden a la isla a la cual arriba; es un alma salomónica, aunque busca resarcir la injusticia que le han ocasionado, no sucumbe -como en otros personajes shakespeareanos- al impulso de aniquilar al otro; es también el gran padre, el ejemplo por antonomasia del príncipe maquiavélico: no sólo le es restaurado su ducado (Milán) sino que además obtiene para su linaje el reino de Nápoles. Esta lectura permite comprender muy bien la cosmovisión de la época.

A la par de esta lectura, hay un episodio del cual se suele discutir mucho. Después de resuelto el conflicto, Próspero profiere un discurso bastante singular: “He hecho estremecerse el firme promontorio y arrancado de raíz el pino y el cedro. Con mi poderoso arte las tumbas, despertando a sus durmientes, se abrieron y los arrojaron. Pero aquí abjuro de mi áspera magia y cuando haya, como ahora, invocado una música divina que, cumpliendo mi deseo, como un aire hechice sus sentidos, romperé mi vara, la hundiré a muchos pies bajo la tierra y allí donde jamás bajó la sonda yo ahogaré mi libro.” De este fragmento se ha dicho que escuchamos la voz de Shakespeare, cerrando de manera consciente su periodo creativo, despidiéndose de la magia que es capaz de hacerle crear mundos. La tempestad fue la última obra que William Shakespeare escribió, antes de retirarse de nuevo a su tierra de origen, para vivir de sus rentas y descansar, por siempre, la pluma y la tinta.

La obra presentada por el grupo TED contó con actuaciones muy destacadas de Jeanette Villegas, Israel Ponce, José Gómez y Alberto Manríquez. Esperemos que el nuevo Teatro de la Ciudad le de espacios a los grupos de teatro de la ciudad.

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