No cabe duda que vivimos en un mundo violento y que éste es el resultado de las vivencias que hemos tenido en nuestras historias. El mundo no ha tenido paz y quizá por eso no hemos experimentado lo que esto quiere decir y mucho menos hemos educado en la paz.

La violencia es uno de los temas, que durante largo tiempo viene ocupando los grandes titulares y las primeras páginas de los escritos públicos. Esta preocupante situación se encuentra inmersa más cada día que pasa en esta sociedad que nos ha tocado vivir.

La violencia observada en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el tráfico, en las canchas y entre los representantes de nuestro País, un evento que pudiese  convertirse en un proceso irreversible, debido también a uno de los mayores factores que nos está afectando a nivel mundial: la crisis económica, y tal parece que estamos regresando a la vida de la jungla, aunque ahora ésta sea de asfalto.

Nuestra sociedad se ha convertido en la escena principal de eventos de violencia de todo tipo, en donde diariamente sobrevive aquel que va librando una batalla por día, “que es la de sobrevivir”, en un medio en donde muchas veces, la justicia sólo los consiguen las mujeres y los hombres de poder y dinero, mientras que los demás deben abstenerse a asumir las consecuencias de sus actos, en donde la corrupción imperante ha sabido manejarse  y destacarse como  representativo de nuestro País ante el mundo.

Consideramos  que  buena parte  de  la  violencia  que  vemos  en  nuestra  sociedad  tiene  su  origen  en  la  forma  agresiva  en  que  son educados los hijos. La violencia “pedagógica” es un mal negocio, de frutos escasos y de perjuicios enormes, tanto para los que aplican el castigo, como para las y los niños y para quienes hoy o en el futuro compartan sus vidas.

Violencia que no es solo la que aparece en la nota policiaca, es también la que ocurre a nivel doméstico a más de la violencia social, económica y política. Es la que ejercen las y los poderosos sobre los más débiles, las minorías acomodadas sobre las mayorías carenciadas, aquella en la que unos pocos arrebatan al resto la posibilidad de una vida digna y eso es lo que hace este modelo económico en el que vivimos y al que estamos sometidos y hasta nos llega a hacer creer que así deben ser las cosas, a eso le llamamos violencia estructural.

Me refiero al origen familiar de la violencia y dentro de ella a los métodos educativos que utilizamos con las niñas, niños y adolescentes. Ya que hoy muchos padres y más madres continúan utilizando el castigo físico como método correctivo. El castigo físico se erradicó a lo largo del siglo pasado, se quitó en varios aspectos de la sociedad, así como en las escuelas, no quiere decir esto que ya no exista, sino que está muy mal visto y penado por la ley.

Cualquier adiestrador de perros o domador de caballos o de ballenas, les dirá que a los animales ya no se les pega para adiestrarlos, que se les va enseñando con mucha paciencia y en base a premiar los comportamientos deseados. De lo contrario obtenemos un animal miedoso, a veces rencoroso y que a la primera de cambio nos devolverá los golpes y malos tratos recibidos.

Así que se convierte en una ironía:

Pegarles a los animales es crueldad.

Pegarle a un adulto es agresión.

Pegarle a una mujer es una agresión agravada.

Pegarle a un detenido es tortura.

Pegarles en el hogar a los niños (as) es educación.

Creo que está muy claro: si  los golpes educaran, las y los chicos más golpeados serían  los más educados y por el contrario, suelen ser los que más problemas ocasionan o los que más problemas tienen.

Respecto a ello, los aspectos neurálgicos reconocidos son: la violencia no solo daña al niño (a), su cuerpo, su autoestima, su voluntad, sino también daña los vínculos que tiene con sus padres, y a partir de ahí, también con su entorno, así que esto retroalimenta toda la problemática y es lo que da origen al título de este comentario.

Debemos  tener  como  meta  tratar  de  hacer  entender  que  cuando  pegamos,  no  es  tanto  lo  que corregimos  como  lo  que  enseñamos  a  ser  violentos. 

Enseñamos  a  usar  la  violencia  cuando  algo  no está  de acuerdo  a  nuestras  reglas;  enseñamos  a  usar  la  violencia  con  los  más  débiles,  con  los  más chicos. Enseñamos a usar lo violencia con  los que dependen  de nosotros y a usar la violencia con los que uno ama (y se justifica, como todo tipo de violencia: “quien bien te quiere hará sufrir”). Estas enseñanzas están en la base de la violencia familiar, de la violencia de género y de la violencia social en general.

Esa lacra social de “pegarle y aprovecharse de los débiles” es lo que le enseñamos a un hijo (a) cuando le pegamos. Abusar de la autoridad, eso que hace sufrir a tanta gente en nuestra sociedad, de parte de funcionarios o agentes públicos, es también algo aprendido en la infancia: abusar de que uno es más grande, de que uno tiene más poder y eso es lo que nuestra sociedad replica.

Renunciar a la violencia psicológica o de los golpes no significa renunciar a la autoridad, sólo que hay que reflexionar sobre el tipo de autoridad que se debe ejercer para que la acción educativa tenga los objetivos deseados; y tal como vemos hoy el exceso  de violencia nos dice que algo no nos ha salido bien, así que hay que cambiar.

La violencia crea más problemas que los que resuelve, y por tanto nunca conduce a la paz. Martín Luther King.

“¡Por la construcción de una Cultura de Paz!”

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