A los franceses se les puede atribuir la creación de la palabra blindaje; en un tratado de artillería de 1628 se denomina blinde a una pieza de madera colocada horizontalmente sobre los pilotes en la entrada de las trincheras. Su uso consistía en disimular la entrada, hacerla imposible de ver al enemigo. La palabreja provenía del alemánblind, que significa “ciego”. Una obra posterior, Las artes del hombre de espada de 1678 editada en París, la define como una instalación destinada a disimular una obra fortificada, o un refuerzo practicado en un muro, una falsa puerta o una falsa ventana. En el mismo libro explica, que proviene del verbo blenden, es decir, ofuscar o cegar. Con el tiempo, la función de estas láminas pasaría a ser de refuerzo disimulado más que de camuflaje. El verbo blinder, y el subsecuente blindage serían adoptados por el español como galicismos.
Originalmente empleada en el campo militar, su uso en otros ámbitos como el económico o el deportivo, es buen reflejo de la pobreza (o versatilidad, según se vea) de nuestro lenguaje cotidiano. Aparece, por ejemplo, en un diccionario elaborado por el Observatorio de la Neología del 2008 aplicado a la economía junto a términos como “corralito”.
En México, la palabra blindaje se baraja desde hace unos años para todo; periodistas, políticos, comentaristas y opinólogos la esgrimen como la panacea de todos los males. Hay que blindar las leyes anticorrupción, la seguridad de los estados, las fronteras, el sistema electoral o el electrónico, los jueces, las remesas de nuestros migrantes. Hasta el área chica, en los partidos de fut. Nuestro entorno, el lugar que habitamos o consideramos nuestro hogar, no sólo debe ser lujoso y exclusivo, como lo pregona la publicidad, también debe estar blindado para sentirnos seguros de las amenazas exteriores.
El colmo de lo anterior lo leí esta semana cuando se presentó el 18° Certamen Estatal de creatividad e innovación tecnológica “Expo Ciencias Tamaulipas 2016”, denominado “Pioneros de la Ciencia KIDS”. Un niño de 11 años, estudiante del 6° año de primaria de la escuela primaria Lázaro Cárdenas del Río, presentó como proyecto de ciencias una mochila blindada. Ésta tiene adaptada una placa metálica que ayuda a proteger a su portador en caso de ser sorprendido por una balacera en la calle. En cualquier lugar del mundo que no se encuentre en una guerra declarada, la noticia sería escalofriante, en nuestro país fue sólo una nota más. Impresiona ver al niño explicando su invento en el internet como un vendedor bien entrenado. “Esta idea se me ocurrió porque en mi ciudad (Matamoros), las balaceras y robos son muy frecuentes, lamentablemente, y ocupamos una manera de solucionar esto y mi manera fue inventar la mochila de seguridad”, comenta en otra nota de prensa. El zurrón escolar contiene además un gps, un celular, una batería y una alarma sónica. Aquí vale la pena preguntar si le quedará espacio para los cuadernos y los libros…
¿Son en realidad los blindajes la solución del problema? ¿No sería más eficaz que los elementos de seguridad del Estado funcionaran de una manera tal que no se presentaran balaceras en las calles?
¿Debemos seguir el ejemplo de este niño y dejar de reclamar a quienes deben ejercer en monopolio de la fuerza en el Estado, para hacer de nuestros hogares un bunker? Ocupamos una manera de solucionar esto, no creo que los blindajes sean la solución.
Blindaje: es de lamentar que entre más se le manosea, menos efecto parece tener el terminacho, porque es tan absurdamente genérico que se convierte en una tapadera verbal, una cortina de humo. Como si su significado regresara cuatrocientos años atrás, a su uso original: una perversa forma del disimulo.
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