Entre el ritmo circadiano y mis costumbres bajo diariamente los pies del lecho al suelo de la recámara a las cinco horas, antes de que el sol asome. Tranquilo, sin presiones de alguna índole, me declaro dueño de mi día y comienzo mis “rituales” actividades (cabe aquí hacer ver al lector que no uso la palabra “rutinarias” para las tareas que realizo; la razón es que con la primera me siento involucrado a los quehaceres y la segunda no precisamente lo permite). Hago mi aseo interno corporal, tiendo la cama y me visto de informal y conveniente manera para hacer ejercicio a la intemperie. De ahí, salgo de casa y me pongo a regar el jardín. Atender la buena práctica de empapar el verde hábitat me hace sentir que yo ya no soy sólo yo. Observo las necesidades de las plantas y platico con ellas usando el insólito lenguaje humano- vegetal. Y entonces atiendo demandas como: podar, destapar agujeros obstruidos de macetas, resembra, limpiar, etc. Después salgo a la calle y camino. Mantengo, a lo largo de unos tres cuartos de hora, un paso adecuado que me permita respirar profundo y despacio. Y sigo siendo yo no sólo yo. Me hago acompañar con el revuelo de alegría de las penumbras, los olores, los trinos de las aves, las primeras luces que se encienden detrás de las ventanas, los saludos de andantes y la maravilla que brinda cada aurora con su alba. Vaya, me percato, temprano, que el mundo externo existe y que me encuentro justo en medio de él.
Ya de regreso, en casa, hay que ir a lo trivial: desayunar, ver o escuchar noticias amanecientes, lavar el coche (si se requiere), juntar la basura del hogar y bañarse.
Desde luego, el lector comprenderá, que a esas alturas, me encuentro en el punto horario de entre las siete y las ocho horas de la fecha calendárica en turno. Y bueno, ahí, justamente ahí, aparece una encrucijada que va más allá de lo personal también: ¿cómo debo de vestirme? Sé que lo recomendable es que, de acuerdo a recursos, relaciones o asuntos por tratar en la jornada, debo de vestirme decorosamente. Al respecto hay que entender que, de nueva cuenta, el yo vuelve a ser no sólo un simple yo. Busco, pues, de acuerdo a mi manera de ser y de sentir, que la ropa por usar no raye en la comodidad desganada, estrambótica o grotesca de los actuales tiempos.
A esas alturas del día por conquistar ya me acerco a las nueve horas en la fecha específica, fecha de la cual dispongo para hacerla única y memorable, en lo que más tarde será la historia de un servidor.
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