En más de una ocasión, he llegado a la oficina el lunes por la mañana con mi maleta amarillo brillante ante la sorpresa de mis compañeros de trabajo.
“¿A dónde fuiste este fin de semana? ¿Al Hampton?” preguntaban curiosos.
“No, a la 95 y a Broadway”. Les contestaba sonriendo.
En mi maleta se esconden pequeños recipientes de productos de belleza, dos botellas de regalo de mi shampoo y pasta de dientes de 3 onzas, el tamaño aprobado por la asociación de viajes. También viajo con un pequeño secador de cabello, un cepillo de dientes portable y una bolsa también portable para mantener todo en orden.
Mis zapatos de tacón y mis tenis se complementan perfectamente en un rincón de la maleta, y mis blusas más delicadas en la otra orilla, ya que debo estar lista para las reuniones por la mañana, las horas felices del bar, los planes para cenar y para las sesiones de acurrucarnos juntos. Últimamente, Aspiro a empacar todo lo que necesito sin sugerir que él es “mi todo”.
Cuando nuestra relación comenzó, llegaba a su casa con una bolsa de lana cargando un vestido barato anti arrugas para ponerme al día siguiente, ya que nuestros encuentros eran casuales. Eventualmente, tuve que incrementar la bolsa a una más grande que utilizaba para cargar algunos víveres. Tenía un compartimento extra, suficiente para algunas otras mudas de ropa, mi bolsa de maquillaje, un par de zapatos y mi dignidad.
Más recientemente, la he cambiado por mi maleta amarillo brillante de mano, a la cual llamo “mi maleta rodante de permanencia inferida”, que ha sido algo maravillosa por su capacidad y portabilidad, aparte del característico ruidito de sus llantas que se escuchan al acercarme a su departamento o al salir del mío. Mis vecinos deben asumir que estoy constantemente subiendo a vuelos hacia lugares más exóticos en lugar de ir al departamento de mi novio.
Cada mes que pasa, silenciosamente nos confirma que nos acercamos a ya estar juntos definitivamente. Mi pequeño shampoo reposa junto a su enorme botella de jabón corporal. Tengo mi propia toalla que cuelgo junto a la suya después de cada uso. Mi rasuradora ha encontrado un espacio acogedor en el área de la regadera. Incluso mi libro del club de lectura se sienta sobre su cajonera, listo para ayudarme cuando me canso de ver sus películas favoritas de Bollywood.
Hace tiempo ya había vivido con un novio, mezclamos nuestras pertenencias con mucha esperanza, lo había seguido a Miami, su actual ciudad, yo iba de New York. Compré decoraciones que no eran del todo femeninas, puse cosas color azul que me recordaban el océano que casi besaba nuestro patio trasero. Vestí nuestra cama con lienzos frescos y almohadas de color amarillo oro, para agregar un contraste que él nunca entendió. Encontré una bandeja hermosa para que colocara sus llaves y cartera cuando regresara a casa después de un largo día. Pinté un lienzo con la emoción de cuando un niño hace un proyecto para que todos lo vean, y después lo encontré tirado en la basura cuando, un año y medio después de mudarnos juntos, nuestra relación había terminado.
Enredados en un ambiente desastroso y emociones confusas, permanecimos así por unos cuantos meses más mientras iba quitando los hilos uno a uno del apartamento en el cual vivíamos, definiendo sus cosas, mis cosas y las nuestras. La máquina del espresso debía ser de él, ya que le encantaba.
Pero la cocina, definitivamente era mía. Yo asumí que, si me iba a cualquier otro lugar, debía tener un lugar apropiado para mi creciente colección de tazas. Él se quedaba la televisión, no cabía en mi carro de todas formas. Nuestros libros estaban mezclados en nuestro librero y mis pertenencias revueltas en sus cajones.
Tomé porciones de esa vida juntos y las guardé en cajas, las metí a mi carro, una fracción de recuerdos se subió en la parte del copiloto y una astilla de decepción en el asiento trasero. Dejé nuestra casa con la cama hecha y con las almohadas que había tirado y tanto odiaba, postradas en ella, altas, orgullosas como un recuerdo de mi cuerpo en su cama.
Creo que ese pasado me ha hecho ser precavida y dar pequeños pasos hacia una nueva vida con alguien más. Esta vez me he asegurado de dejar todo de forma práctica para cuando tenga que irme rápidamente, siempre una bolsa cerca de la puerta. Hace unos meses, hice exactamente eso. Envuelta en una tormenta de ira, tomé mis cosas en un organizado frenesí. Él me habló desde la puerta para que regresara al departamento, mientras yo me abalanzaba hacia la salida del edificio, envestida con mi bolsa con mi ropa, mis cosas del baño y mis tuppers. En cuanto me subí al taxi, él corrió hacia la acera, sorprendido porque yo salí huyendo. Y, por un instante, me había ido.
Para mí, hubo un momento de consuelo, no tener nada que me atara, nada tan grande como para ser removido, pero, en un momento nos dimos cuenta que no queríamos pasar por eso, nunca más. No hay ningún lienzo pintado sobre nuestra cama, solo un shampoo para viaje en su baño, que sirve como esperanza de un día más, así como el anterior y como el anterior.
Mi novio no es como yo, es un eterno optimista, no tiene cicatrices ni el corazón roto, entonces si yo dejo algún artículo con dudas, él los recibe con confianza, lo cual es inocente y adorable al mismo tiempo.
Si tan solo supiera qué tan difícil ha sido para mí poner mi vida otra vez en orden después de que regresé a New York y de mi rompimiento, mi vida dividida… Pero aquí estoy, una completa tonta o una completa romántica, dividiendo todo y recogiendo al mismo tiempo.
Con cada día que pasa, ha tratado de hacer pequeñas declaraciones de estar de acuerdo con nuestra emergente vida juntos. Esa leche de almendras que está en el refrigerador como un trofeo, que compró solo para mí, es su recordatorio de que regresaré.
Hay evidencia graciosa de nuestra relación por todos lados, mi colección de calcetas rosas en su cajón, mis aretes en su cajonera de la cama, a la derecha mis zapatos de tacón extras que dejó cerca de la puerta. Y así, mi bolsa se va aligerando poco a poco y, debo admitir que mi ansiedad acerca de este romance pasajero ha ido disminuyendo también.
Y justo cuando había empezado a sentirme en casa, él debe hacer un viaje a la India, su casa, por un mes. Regresé a mi departamento y por primera vez, después de mucho tiempo, desempaqué mi bolsa. Mi ropa sucia se amontonaba en la pared de mi habitación. La comida de mi refrigerador parecía decepcionada por la falta de atención de su estado ahí adentro, sabía que había estado cocinando en casa de alguien más.
Desenrollé mis sweaters, encontré un cargador del celular que había estado perdido entre mis cosas y comencé a acomodarlas en su lugar. Pero, no parecía ser emocionante otra vez. Mientras las semanas pasaban, contaba los días hasta su regreso.
Observaba a las mujeres en el tren yendo y viniendo por las noches, sintiéndome como una desertora de la tribu. Me sentía desnuda, con mi pequeña bolsa de mano, sin nada más que un brillo labial y unas cuantas tarjetas de crédito.
Algunas veces sentía en el estómago que había olvidado algo, y caía en la cuenta de que sí, que era mi maleta y que la extrañaba. Esa exasperante extremidad que tanto había maldecido durante el año pasado, era la que se había vuelto mi cobija de protección y sabía que su presencia significaba que él estaba al final de mi viaje.
Una noche, encontré su camiseta en mi ropa sucia. Debió haberse quedado en ese frenesí de las visitas entre su departamento o el mío. Olía a su detergente, una mezcla de frutas, flores y elitismo del lado Oeste. Sentí un anhelo inmediato de encontrar mi maleta, que había estado descansando en el closet, y llenarla con ropa para el fin de semana. Ella tampoco se encontraba atraída de permanecer ahí adentro, y yo, ya estaba jalando mis ganchos. Ya quería que regresara y quería estar ahí, esperando por él, con todo y esa molesta bolsa de lana.
Regresó el día de mi cumpleaños, el mismo día que yo también regresaba de un viaje a San Francisco. Mi maleta amarillo brillante esperaba pacientemente, llena, en la cocina mientras él me abrazaba y su pecho olía a un lugar en donde yo nunca había estado.
“Tengo un regalo de cumpleaños para ti”, dijo, mientras sacaba cosas de su closet.
El papel que lo envolvía era un estampado tradicional hindú: explosiones rosas y azules atravesadas con ese color amarillo juguetón, que las entrelazaba. Y dentro estaba una cartera pequeña con un lienzo morado cubierto por la imagen de un elefante. “Mi mamá me ayudó a escogerla”, me explicó.
Solo había espacio para lo esencial: un bálsamo de labios, unas tarjetas de crédito y, por si las dudas, para un par de esa ropa íntima. Era una fracción de mi bolsa de lana incapaz de llevar algo más. No tenía ruedas, ni siquiera la capacidad de llevar algo de 25 kilos. Pero, así como él, había viajado a través del mundo por mí, mucho más allá de los transeúntes de mi ciudad: Manhattan.
Parecía que el solo quería quitarme un peso de encima, así que le permití que lo hiciera.
Traducción: María del Sol Sánchez Gónzalez
FRASES
Mi novio no es como yo, es un eterno optimista, no tiene cicatrices ni el corazón roto.
Parecía que el solo quería quitarme un peso de encima, así que le permití que lo hiciera.