Está en curso una tendencia, en México y en otros países, a suprimir las materias de humanidades y ciencias sociales de los planes de estudio. Las razones que arguyen quienes perpetran esta barbarie educativa, se condensan en el decir que los esfuerzos pedagógicos deben enfocarse en áreas curriculares más rentables para la formación, como lo son el español, las matemáticas y las materias tecnológicas. Lo que no se dice es que se está educando para el mercado, con las consiguientes  lagunas de formación integral que se crean al desalentar el pensamiento divergente, el disenso y la singularidad cognitivas, y apostar todo al pensamiento convergente, instrumental, homogeneizador del juicio.
Esto implica generar egresados con tapujos, encarrilados para pensar débilmente y para ser sugestionados y convencidos con facilidad por políticos y mercaderes, ya que, sin la filosofía, la historia, las ciencias sociales y las artes, los estudiantes tendrían una conciencia amputada, y se perderían las ocasiones de exponerse a las experiencias de aprendizaje de habilidades de pensamiento que les permitirían el desarrollo de su juicio sobre el mundo y las cosas, parte medular del cual es el aprender a identificar argumentos, a generarlos y a contraargumentar. ¿Por qué es importante saber argumentar? Porque es la base para probar nuestra concepción del mundo y nuestros valores, y solidificarla a través de su confrontación con otras concepciones y valores, algo que sólo acontece de manera racional, cuando se enfrentan dos razones argumentales. 
Esto que pareciera tan lógico y natural de ocurrir en la vida cotidiana, es más bien raro: poca gente sabe argumentar y defender sus posturas sobre cualesquier asunto con evidencias, ya que lo más común es que, en lugar de razones, se descalifique al adversario en una polémica, o ambos contendientes se empecinen en defender ardientemente sus posturas con argumentos endebles, y sin ofrecer evidencias que los sustenten, o sólo se enfrasquen en parte de la argumentación del adversario, desdeñando mañosamente el resto de la misma que es el que le da verosimilitud. 
Si se aprende a argumentar, la orientación de nuestra persona se sostiene en los pilares de las razones que tenemos para elegir una u otra dirección de nuestras posturas política, ética, social, estética o deportiva. Esas razones o argumentos son los que contestan las preguntas acerca de dichas posturas, y son nuestras armas para defender las expresiones, pareceres personales y puntos de vista sobre cualquier asunto, lo cual incluye el pensamiento crítico, con el cual nos alertamos de tantas manipulaciones mediáticas, mercadotécnicas, políticas y hasta de los pequeños grupos en los que participamos, como los de amigos y familiares. 
Saber argumentar, entonces, es una vacuna educativa que nos permite preservar nuestra salud ideológica, ya que nos previene de la adopción de ideas y posturas indefendibles o insostenibles por evidencias suficientes, y nos genera un sano escepticismo, no sólo hacia nosotros mismos sino también hacia los demás.

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