Diciembre huele a ponche de frutas con canela y a galletas recién salidas del horno, aromando las farolas de papel de colores que hay por doquier, hay en el aire un clima diferente, abrazos efusivos, buenos deseos, reencuentros. En los proscenios las Pastorelas, que son la eterna lucha del bien y el mal, villancicos en las iglesias, la posada del barrio en el callejón del Potrero, iluminados con velitas los vecinos cantando, los posaderos en la puerta de la casa de doña Juanita, afuera los peregrinos cargando las andas con el misterio pidiendo posada.
Los bolos que se repartirán en las posadas en canastitas de papel de china, papel crepe y periódico, o en servilletas amarradas con hilo, tenían chocolate oscuro con alegría, caramelos blancos con rojo de sabor anís, huevitos rellenos de chocolate confitado, galletas de animalitos, de betún naranja, verde o rosa, las colaciones rellenas con un pedacito de cáscara de naranja.
Ocupando la mitad de un cuarto, hechos con mucha anticipación, paciencia y creatividad, los nacimientos, los había de barro, de madera de patol, de vidrio soplado, de cera, de hoja de tamal, de palma, algunos hasta con movimiento, colgando varios querubines, ángeles, y palomas blancas con cabecitas de cera, el adorno que se iluminaba con los foquitos y se veía hermoso era el pelo de ángel. Para regalar a las visitas tenían calendarios pequeños de popotillo y los calendarios de Helguera.
Las vísperas de la natividad, cuando la familia se reunía en la cocina se sentaban en sillas de madera de Michoacán, con asientos de paja, los respaldos altos pintados con flores, pasaban las tardes apurados por hacer muchos buñuelos de rodilla, no sólo era labor de las mujeres, sino también de los hombres, se ponían en las rodillas paños de manta blanca ribeteada, húmedos para que no se pegara la masa, al terminar los colocaban con sumo cuidado en grandes canastas de vara, tapándolos con papel de estrasa para que absorviera la grasa o en colotes de palma, que ya desocupados los colgaban en la pared junto con ollas y cazuelas.
También había tamales, café negro de Veracruz, fruta escarchada, tejocotes y guayabas en dulce, ates con forma de peces verduzcos que hacía la abuelita, atole blanco y de sabores, miel de piloncillo, pollo a la galantina, romeritos con papitas cambray en mole, bacalao a la vizcaína, sidra, pan de horno, los moldes de lámina en forma de estrella, para hacer los buñuelos de viento, era como la tierra de Jauja con cenas pantagruélicas. 
A los niños les ponían la radio con canciones de Cri-Crí, los grandes escuchaban el oratorio navideño de Bach con Alondra de la Parra, un gato negro llamado “El negro”, jugaba con las esferas del árbol, como las rompía arriba ponían las de cristal y abajo las que podía tirar, era adoptado y lo querían mucho.
En esas noches de frío de invierno cuando el aire movía los árboles en la cañada, las ausenciaspresencias los unían, se desvelaban platicando anécdotas, recuerdos, era una mezcla de tristeza y felicidad, historias de provincia saturadas de nostalgia, se está terminando un año.

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