Hace muchos años que no teníamos un ambiente tan crispado en México, la inconformidad escala niveles no imaginados, el enojo es enorme, parece que la tensión pudiera rasgarse con el corrido de una uña contra cualquier superficie, con un grito estridente de inconformidad en una plaza pública, con la presencia de una manifestación en cualquier lugar del País. Y todo impregnado de la desconfianza e inseguridad de los mexicanos.
El desasosiego y el disgusto pueden palparse, el enojo repta contra el gobierno cual gusano maligno que trastoca cualquier futuro positivo. Lo que está sucediendo en México no nos alegra y a nadie conviene, porque se debilitan nuestras instituciones.
Nos preguntamos qué ha pasado en estos cuatro años de gobierno del Presidente Peña Nieto, qué han hecho con el manejo de la economía, qué ha ocurrido con la gobernabilidad que se les sale de control, por qué tenemos este malestar generalizado, este enojo manifiesto.
Cerramos el 2016 con índices muy altos de inseguridad, con una inflación que seguirá creciendo por el efecto del alza de los precios de los combustibles, con un peso muy golpeado ante el dólar.
Y comenzamos el 2017 con carreteras bloqueadas, con tiendas comerciales saqueadas y casetas de peaje atacadas ante la ausencia del gobierno que está obligado a cumplir y a hacer cumplir la ley. Con escasez de gasolinas, con estados sin seguridad, con gobiernos estatales quebrados, sin recursos siquiera para hacer frente a la nómina de sus trabajadores, ni a las participaciones de sus municipios. Con una deuda pública del País que supera ya el 51 % del PIB y un gasto corriente enorme contra una baja inversión en infraestructura.
Y el Presidente en sus cada vez más escasas apariciones, por medio de tuits, habla de “oportunidades y lecciones aprendidas en el 16”, e insiste en “que millones de mexicanos han empezado a construir su propia historia de éxito”; en el que otros nos la han contado.
El distanciamiento con la realidad es tremendo, hay una disociación que explica el malestar ciudadano, y no es insistiendo en ese empeño publicitario de relatos breves que no dicen nada -“porque lo bueno se cuenta poco”- como darán cauce a la inconformidad, con lo que darán satisfacciones a un País que cada día se complica más y que necesita acciones.
De verdad, es muy difícil entender la lógica con que se toman las decisiones a nivel federal y la dificultad para justificarlas.
Ante la marejada de protestas por los incrementos a las gasolinas, el que ha dado la cara con argumentos financieros, no políticos -que pretenden validar las alzas-, es el Secretario de Hacienda, José Antonio Meade, un hombre serio y un profesional respetado, pero al que en estos momentos nadie quiere escuchar, por razones sobradas de desconfianza ante los malos manejos de las finanzas públicas a lo largo de cuatro años de gobierno y de la larga vida de Pemex, en los que ha estado presente la corrupción como la gran sombra definitoria.
El pretender explicar que será sano liberar el precio de los combustibles, dejándolo al libre mercado, sin que tenga que subsidiarse, resulta altamente insuficiente ante la carga desmedida de impuestos en la composición del precio de la gasolina, pero más que eso, por encima de todo, resulta poco convincente por el comportamiento en el manejo de recursos.
De nada sirve explicar una medida aislada, por más necesaria que pudiera ser, si no hay disciplina fiscal y credibilidad en el gobierno.
En pocas palabras, los mensajes y explicaciones no tienen receptor, lo que se necesita son acciones que respalden el estado de derecho y la confianza. Lo demás no sirve.
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