Cuando se habla de educación, tendemos a pensar en escuela, estudiantes y maestros. Pocas veces pensamos en aquellos que, sin ser maestros, nos enseñaron algo. También asociamos la educación con un espacio específico, ya sea físico o virtual, destinado a la enseñanza. Sin embargo, estos estereotipos de la educación nos hacen olvidar que alguien puede enseñar algo a otro en cualquier lugar, hasta en el menos pensado.
La educación es un fenómeno social ubicuo, en cuanto al espacio de ocurrencia, y es una capacidad que todo mundo tiene en potencia, en cuanto a las agencias educativas, ya que todo mundo tiene algo que enseñar. Habrá quien sostenga que hay gente que no tiene nada que enseñar, basando su juicio en el hecho de que su bajo nivel social, o su casi nula escolaridad la imposibilitan para transmitir conocimiento alguno.
Y están equivocados, ya que cualquiera tiene una estampa, un gesto o un acto aparentemente insignificante, que podrá iluminar a alguien perceptivo, y darle pie a pensar algo que nunca habría concebido si no fuese por ese fulgor epifánico. Y estamos hablando de un acontecimiento microscópico de aprendizaje, en el cual no medió palabra alguna, sino sólo una percepción abierta a la experiencia por parte del aprendiz.
Y si pensamos en alguien cualquiera con quien pudiéramos conversar, las cosas cambian de escala, y estaríamos ante la posibilidad de aprendizajes más hondos y visibles, porque a través de preguntas interesadas, se desencadenarían narrativas insospechadas sobre asuntos vitales de enorme interés y provecho, ya que la experiencia de vida de cualquier persona en la cual pudiéramos sumergirnos, nos ofrecería perspectivas y valores singularmente vividos que enriquecerían nuestro espíritu. No en balde se dice actualmente en el campo educativo, que no importan tanto los contenidos en sí, como las interacciones entre interlocutores sobre los fragmentos narrativos que comunican a los demás.
Y es que cuando abrimos las puertas de la comunicación desinteresada, y cuando el diálogo empático con otros es guiado por la mera curiosidad y por el interés de comprender al otro, ocurren aprendizajes diversos sobre los temas vitales más variados, como lo son el cómo enfrenta alguien la vida, o qué piensa de la amistad o el trabajo, o qué le gusta, o cómo resuelve problemas familiares o de pareja, o cómo se divierte. La gente, desde el punto de vista educativo, es un mosaico de saberes y haceres que pueden enseñarnos cosas que ellos han aprendido y que nosotros no. Basta prestarle atención suficiente a alguien para experimentar no solamente lo interesante, sino lo significativo que puede ser para nosotros lo que piensa, siente o hace, ya que, como si fuera un espejo, al hacer el esfuerzo de comprender a otros, nos entendemos más a nosotros mismos.
Es por todo eso que es cierto que la gente enseña, educa, y mucho.
¿Enseña la gente?
Lo que importa