Leer, a mis años, sigue enseñando. Probablemente los detalles no se retengan con la facilidad que proporcionaban las edades tempranas; sin embargo, sé, que anotando, buscando significados o usando la triquiñuela mnemotécnica sobre detalles de interés, sin duda, medio se pueden retener. Hace días, en uno de los diarios que Javier Solórzano llama de “circulación nacional” en su noticiero matutino, leí un soneto de Miguel Hernández identificado con el número 4 de su libro “El rayo que no cesa”. El escrito me resultó vibrante, pero con uno que otro verso ininteligible. Para mi fortuna, el artículo donde se hablaba de la composición del escritor de Orihuela, incluía un breve análisis de Gilberto Prado Galán y mi pensamiento, gracias al analista, se fue más allá de lo esperado.
Sin ser el propósito de entrar en el detalle del soneto, que bien lo merece, sólo me concretaré a confesar que Prado Galán llamó mucho mi atención al marcar, eruditamente, la singularidad de Miguel Hernández en el manejo del lenguaje. Prado Galán asevera que en la obra integra de Hernández, a semejanza de la retórica de Ramón López Velarde, los adjetivos son puestos con puntería de arquero medieval y su uso es infrecuente e insólito. Así, en la obra del poeta aparece graciosamente la hipálage – figura retórica de construcción que consiste en aplicar a un sustantivo un adjetivo que corresponde a otro sustantivo – desde la apertura del poemario citado por Prado Galán cuando se registra: “Un carnívoro cuchillo”.
El no saber gran cosa sobre el universo de las figuras literarias me obliga a consultar con una apenante frecuencia las pequeñas pantallas de Wikipedia que, éstas, sin recato alguno y con una familiaridad cada vez mayor, me entregan a través del teléfono celular todo tipo de secretos desconocidos o ignorados. Así pude encontrar que Neruda escribió, por ejemplo: “La noche está estrellada” desplazando el cielo por la noche. Que Borges registró: “a la luz de las lámparas estudiosas” sin mencionar que son los lectores quienes estudian a la luz de las lámparas. O que en un verso de Federico García Lorca se dice: “El débil trino amarillo del canario” en donde se atribuye el color al trino cuando le correspondería al canario. Y para no abundar más, asiento lo escrito por el agudo, irreverente y simpático Catón: “En medio de esa cabalgata de pasiones, como diría algún hiperbólico escribiente”.
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