Por más que haya personas que aseguren haber tenido conciencia de su propio nacimiento o vida más allá de la muerte, ambos sucesos, nacer y morir, siguen siendo experiencias impenetrables que se suscitan como únicas e irrepetibles para cada ser al que la naturaleza le ha otorgado un determinado tiempo de presencia sobre la faz terrestre. Ante esos dos límites, sin controversias, es imposible conseguir treguas o modificar parámetros. Claro, pretender anteponer o posponer fechas para esas dos cosas, sería tanto como provocar que el día y la noche no se sucedieran de acuerdo a las rotaciones y traslaciones que nuestro planeta tiene frente al sol. Y bien, sin embargo, entre esas dos imperativas y drásticas fronteras, el azoro no deja de estar presente dentro de la finitud personal y se presenta a través de otro mecanismo de emotividad incontrolable: el del sueño. Sí, el sueño, cuya visión precisa se maneja en la región de lo imposible, es una función misteriosa del alma que se mueve en la atmosfera de lo casi inescrutable y útil.
¿Cuántas veces, después de pasar un día aciago, no se busca la paz nocturna de un lecho para casi perderse en los brazos de lo inerte? ¿Cuántas veces un sueño reparador no satura la esperanza del agobiado? ¿Cuántas veces el amanecer no se llena de una feliz resurrección gloriosa? Ser cuerpo y alma lleva astronómicamente acciones diurnas y nocturnas. De ahí que toda persona puede identificarse a través de dos cosas: conocimiento y sueño. Zohar, I, 39 anota: “Todo el mundo está dividido en dos partes, de las cuales una es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino el reflejo de lo invisible”. Rodericus Bartius escribió: “Cuando era muchacho, Bertrand Russell soñó que entre los papeles que había dejado sobre su mesita del dormitorio en su colegio, encontraba uno en el que se leía: . Volvió la hoja y leyó: . Apenas despertó, buscó en la mesita. El papel no estaba”.
Wikipedia, la ya imprescindible Wikipedia, dice que el término “ensueño” describe el proceso de soñar. Y que los sueños son manifestaciones mentales de imágenes, sonidos, pensamientos y sensaciones en un individuo durmiente, y normalmente relacionadas con la realidad. Dicho así, pareciera que la interpretación de los sueños fuera una labor sencilla; no obstante, en el momento de dormir aparece el trance repentino de soñar a través de una diversidad de escenas incontrolables y confusas, alejadas de la voluntad del que duerme. Y no obstante, es de esperar que el que sueña es quien tiene la mayor posibilidad de aproximarse a los significados de la vida inconsciente.